Lisboa

Este texto es parte de un diario que empieza aquí. Si has llegado a él sin leer lo anterior, será como ver el episodio quinto de la cuarta temporada de Lost sin haber visto los episodios previos: se entenderá el capítulo, pero no la trama.


Lunes 25 de mayo

Vacaciones

Al regresar al hostel ya había amanecido, y el cielo estaba azul y mi ropa olía a humo. A las 9, duchado, y con la misma rota oliendo a cigarrillo, desayunaba con Néstor. Hace poco más de una semana estaba tan agotado que apenas podía levantarme de la cama, y ahora, con un simple cambio de escenario, unos días en el campo, y el movimiento del tren, no necesito ni dormir. Ahora entiendo porque le llaman vacaciones.

Despedidas

A las diez y media me despido de todo el mundo del hostel y vuelvo a cargar mi mochila hasta la estación de trenes de Sao Bento. Siempre quise tomar un tren desde aquí, donde las despedidas suenan a para siempre y es el escenario perfecto para marcharse y empezar de nuevo.

Mapas

Lisboa me resulta totalmente desconocida. En el mismo viaje en que conocí Oporto también visité Lisboa, y algunos años después paré por un día y una noche camino de algún otro lugar. Nada me resulta familiar, como si aquellos dos viajes hubieran sido a una ciudad distinta.

Cuando he salido de metro en Baixa-Chiado me he reconocido en el suelo de mosaico, pequeño y blanco, en los edificios de ventanas de madera, en las calles empinadas, y en el tranvía amarillo, pero no he sabido encontrar la línea del tiempo en mis recuerdos. He caminado hasta el hostel, he dejado mis cosas, he salido a comer algo, y he encontrado un par de miradores. Nada. Nada me resultaba conocido, como si nunca antes hubiera estado aquí. Por más que he intentado recordar, no he sabido situar ni una sola de las imágenes de mi memoria, ni yo en ellas.

Entonces he visto en el otro, en lo alto, la muralla del Castillo.

He caminado hacia allí y poco a poco han ido apareciendo los escenarios de mis recuerdos: el funicular da Bica, el ascensor Santa Justa de Eiffel, la plaza de Figuieria, las callejuelas hasta el la muralla, la vista al Tajo y el Puente 25 de Mayo. Por último he encontrado la Catedral, y he viajado al instante al mismo momento en el que sentados en el suelo esperábamos que pasara un tranvía para tomar una foto. Estaba oscureciendo y la cámara, en aquella época, funcionaba con un film de 36 disparos. Solo había una oportunidad, y no sabría si la foto había quedado bien hasta semanas más tarde, cuando hubieran terminado las vacaciones y tuviera dinero para revelar.

Pienso que hoy podría tomar tantas fotos como hicieran falta hasta lograr la imagen perfecta, pero en las escaleras se han sentado un grupo de idiotas cantando y bebiendo y pasando un gorro, con toda la pinta de una despedida de soltero.

En aquel primer viaje la foto quedó movida y en este ni lo intento porque las despedidas de soltero están en mi lista de “Autodestrucción del ser humano”.

Estaba mirando la ciudad al revés. Eso me pasa por no consultar los mapas.

Somos

Somos los relates de recuerdos que otros tienen de nosotros. Somos cada una de las imágenes que dejamos atrás y las que se están guardando ahora mismo. Somos las contradicciones y las verdades que soltamos sin apenas creer en ellas. Somos la cobardía del que no sabe perdonar y somos el que no sabe vivir sin ser perdonado. Somos todo eso y somos un poco más.

Somos cada una de las huellas que nuestras caricias dejaron en otra piel, y las marcas que nos dejaron los arañazos que nos jugamos. Somos mucho más pequeños de lo que medimos y mucho más grandes de lo que llegamos a contemplar en el espejo. Somos el término medio, ni este extremo ni aquel otro, ni este sur ni aquel oeste.

Somos todos los triunfos que conseguimos y que hay que olvidar para que se vuelvan a dar. Somos todos los errores que hemos cometido y que siempre debemos recordar para que nos se vuelvan a repetir.



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