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Lisboa
Al regresar al hostel ya había amanecido, y el cielo estaba azul y mi ropa olía a humo. A las 9, duchado, y con la misma rota oliendo a cigarrillo, desayunaba con Néstor. Hace poco más de una semana estaba tan agotado que apenas podía levantarme de la cama, y ahora, con un simple cambio de escenario, unos días en el campo, y el movimiento del tren, no necesito ni dormir. Ahora entiendo porque le llaman vacaciones.