Peregrinos

Este texto es parte de un diario que empieza aquí. Si has llegado a él sin leer lo anterior, será como ver el episodio quinto de la cuarta temporada de Lost sin haber visto los episodios previos: se entenderá el capítulo, pero no la trama.


Jueves 21 de mayo

Santiago

He comprado un billete de tren para mañana a Vigo y de ahí seguiré hacia Oporto. He dejado el coche aparcado en una calle tranquila en las afueras del centro y cargo con mi mochila. Tengo la misma sensación de libertad que siento cuando camino con mi mochila por cualquier ciudad del mundo. Me dirijo al hostel que está al lado de la Catedral, donde pasaré la noche.

Por las calles hay muchos peregrinos. No se diferencian mucho del turista Coronel Tapioca que hay en todas las ciudades turísticas, aunque estos, los peregrinos, han caminado 1.000 kilómetros cargando en su espalda una mochila de 10 kilos, y los otros, los turistas Coronel Tapioca, lo más loco que han hecho con sus botas, sus pantalones técnicos con cremallera para las bermudas, las camisetas de colorines chillones, y el gorrito de malla, es haber entrado en una calle SIN CONSULTAR EL MAPA y SIN GUIA.

Estos, los peregrinos, ademas llevan la vara de madera (cayado) y la Concha del Peregrino, que en Argentina se llamará de otra manera. Llevan la cara al rojo vivo, y los labios pelados y secos.

Al cruzarme con ellos cargando mi mochila me saludan. Yo no llevo ni palo ni concha. No se imaginan que he llagado en coche y todo lo que habré caminado en la última semana no debe superar los 4 kilómetros. Y voy medio cojeando.

Namasté

Estoy sentado en un bar namasté donde sirven cuscus y lentejas geminadas con arroz integral. Hay un buda en una esquina, lámparas marroquíes de las que, siempre, siempre, huelen a culo de camello, barniz y óxido, y pufs de los que, siempre, siempre, huelen a culo de camello y tinte. Hay una guirnalda de verbena en la otra esquina y banderolas con muchos iconos de paz y buen rollo: símbolos budistas, tréboles, yin-yangs, smyles de la época de acid house, pero que debe significar otra cosa, manos con ojos, triángulos invertidos, símbolos de la paz tipo estrella Mercerdes, y algún símbolo egipcio. Allá al fondo, donde la ventana, libros de autoayuda, oysho, yoga y “El Aleph”. Y por supuesto: hilo musical con fondo de oleaje y pájaros, voz femenina susurrante muy lenta y teclados con una nota sostenida, siempre la misma nota. La misma. De vez en cuando un pequeño cambio sutil, y mucho reverb, los pajaritos, el mar, algo de viento, un coro con el mismo mono-tono, algo de cuerdas estilo arpa. DE LIBRO. Tengo que sacar una foto antes de terminar mis lentejas.

Cigarrillos

Me encanta cuando los cocineros, camareros, enfermeros y mecánicos, salen al callejón a fumarse un cigarrillo que llevan suelto en algún bolsillo del mono. Con la primera calada parece que el mundo se detiene y todo deja de tener importancia.

300 gramos

Iñaki recorrió durante 30 días parte del Camino de Santiago siguiendo la vía conocida como “de la Plata”. Durante el mes que caminó hizo una media de 20 kilómetros al día, para completar los 600 km que había planificado. Su rutina era levantarse antes de que saliera el sol y caminar la etapa correspondiente antes de las 12 del mediodía, porque el sol, a partir de esa hora, se volvía insoportable. Luego pasaba el día descansando, tumbado en una hamaca que ataba entre los dos primeros árboles que encontraba. Se acostaba pronto. A las 10 solía estar roncando en el refugio junto a otros peregrinos que roncaban como él.

Llegó a Santiago según lo previsto y sin ningún retraso y, tras conseguir La Compostela, regresó a Barcelona.

Todos teníamos ganas de saber cuantos quilos había perdido después de un mes caminando. El domingo montó una barbacoa en la terraza y pudimos verlo: estaba exactamente igual. Se había pesado al salir y se volvió a pesar al regresar. Había engordado 300 gramos.

Al preguntarle cómo era posible contestó: “Yo he ido a caminar, no a pasar hambre”.

Cuestión revolucionaria

Este viaje se organiza según lo que se llama el “paradigma del habitar”, que opone al del “gobierno”. En el paradigma del habitar, no hay vacío u oposición entre sujeto y mundo, sino que los mundos se pliegan sobre sí mismos para pensarse y darse formas. No se decreta lo que debe ser, sino que se elabora lo que ya está siendo. No se funciona a partir de una serie de metodologías, procedimientos y formalismos, sino de una “disciplina de la atención” a lo que pasa (cómo pasa, por dónde pasa…); las decisiones no se toman, ni por mayoría ni por consenso, sino que más bien prenden, se decantan en la discusión; no son elecciones entre opciones dadas, sino invenciones que surgen de la presión de un problema o una situación concreta; y las aplican quienes las toman, comprobando en primera persona lo que implican, confrontándolas con la realidad, haciendo de cada decisión una experiencia.

La libertad, no tiene que ver con la “participación”, o con la elección y el control del destino, sino con el despliegue de las iniciativas, con la construcción de mundos habitables, con prácticas concretas. No tanto con “poder decidir” como con “poder hacer”.

Reabrir la cuestión revolucionaria (lectura del Comité Invisible). eldiario.es



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