Siete meses después

Este texto es parte de un diario de viaje que empieza aquí.

Este texto no pertenece al diario de Blanes. Está escrito, como dice el título, siete meses después. Son las notas de mi “cuaderno de trabajo”.

Después de reencontrarme con el texto, había decidido editarlo y publicarlo. Pero me sentía como un deportistas que ha engordado y necesita perder peso y entrenar antes de la competición.

Qué mejor ejercicio que escribir sobre el ejercicio de escribir, pensé. Lo que viene a continuación es un monólogo algo desquiciado (y largo) sobre la búsqueda de un arranque, de un prólogo que precediera al diario.

Lo comparto como si fuera un making of en los extras del DVD.

1

Jueves, 14 de febrero del 2019

En un tren hacia Lleida. Llevo una semana dándole vueltas al viaje a Blanes, pensando cómo editarlo, cómo presentar todos los elementos que recuerdo haber escrito. Sin leerlo, solo basado en el recuerdo. Nunca encuentro el momento de empezar, y necesito un prólogo, una introducción. Explicar qué me llevó a Blanes. No sé, estoy oxidado, pero soy positivo. Sé que poco a poco va a ir saliendo. Siempre sale. Es solo una cuestión de tiempo, de estar sentado frente a la pantalla y escribir. Saldrá. No te preocupes, saldrá hoy, un poco más tarde, cuando me aleje unas horas del teclado y piense en otra cosa.

Quería ir a Vietnam. Es un país al que le tengo muchas ganas desde que no pude entrar cuando viajé a Tailandia por no haber solicitado el visado. Junio me parecía un buen momento para ir, sin muchos problemas en el trabajo habitualmente.

Desde hace unos años no planifico los viajes. Ni siquiera decido los destinos con anterioridad. No tengo una lista de lugares que quiero ver antes de morir. Viajar no es una meta, no tengo la necesidad de ampliar una lista imaginaria de países y ciudades visitados, no es mi prioridad. Sé que durante el año haré algunos viajes, seguramente muchos pequeños. Pero todavía no sé los destinos, espero que los lugares vengan a mí. Por eso cuando en junio del 2018 se me presentó la oportunidad de pasar 15 días con Lucas en Blanes, no lo dudé.

Sé que tendré que reescribirlo todo, no editar, no, empezar de nuevo. Pero al menos me da una idea de cómo presentar las partes. Tengo que explicar que fui a Blanes a ayudar a Lucas a empezar en su nuevo piso y que yo necesitaba alejarme de mi vida, viajar, y que viajar no es ir a un lugar en concreto, ni ampliar la lista de países visitados. Viajar es un proceso. Me gustaría transmitir lo que yo sentí, que Blanes era el Caribe, una isla con cabañas de madera donde compartimos las noches frente a una fogata mezclados con una tribu que aún está por descubrir. Quiero contar que llegué a Blanes para escribir, y para disfrutar de cada segundo de una novedad igual de exótica que visitar pirámides o navegar por el Nilo.


Las vías del tren se dibujan paralelas a la autovía. No hay mar, ya dejamos atrás Tarragona y queda poco para llegar a Lleida.

Durante el invierno había deseado coger una mochila y un billete a Vietnam y pasarme un par de semanas deambulando sin mucho orden. Tomar autobuses, visitar templos y montañas, conocer a otros viajeros con mochila y pasar las noches hablando de viajar con desconocidos, que es a lo que se resumen todas las conversaciones de los salones de los albergues: a donde vas, de donde vienes, cómo es el lugar en donde vives habitualmente. Mentirnos un poco unos a otros y ser un poco más aventureros de lo que somos en la vida real.

La megafonía avisa que entramos en la estación y este es mi destino.


Me he equivocado. He llegado por la mañana y la reunión es a las tres y media. Mi billete de vuelta es a la una. Son cerca de las once. Me cuesta recordar el mes y el día en el que estamos y algunas veces se me mezclan las horas de las citas. Tengo varias horas de vacío por delante.

En la cafetería hay una tele con el volumen alto. Emiten una serie alemana. Los planos son extraños. Está doblada, pero me encantan los nombres de los personajes: Dietrich, Sabine. Todo lo alemán me produce alegría.

Si voy a pasar todo el día aquí, debería trabajar en remoto.


  1. No he traído el cargador del portátil
  2. Voy a tener que pasar aquí cinco horas sin hacer nada
  3. Era el momento ideal para escribir
  4. Tengo demasiado trabajo acumulado para perder el día
  5. Voy a conectarme en remoto con mi ordenador de la oficina y a trabajar
  6. Como me jode ser tan responsable

Las cuatro de la tarde. Otra vez en el tren. Tengo batería de sobra, el ordenador se ha portado bien. He podido trabajar hasta las dos y he ido a comer un dürüm. Luego he tomado un poco el sol sentado en un banco frente a una obra. Olía a plástico quemado, que es lo mismo a lo que huele un soplete quemando un tubo de cobre. Me ha traído cierta melancolía de la obra, de mi padre, de cuando trabajaba con él. Es extraño saber que nunca más volveré a trabajar con mi padre, se ha jubilado, ni volveré a estar en una obra, por lo menos de peón. El paso del tiempo a veces se vuelve cabrón y trae este tipo de pensamientos.

He recibido varios mensajes de Lucas durante el día. Dice que le están saliendo algunos conciertos nuevos por el teaser del vídeo de Rozalén. Dice que cada vez tiene más claro que tiene que irse a Madrid. Yo le pido paciencia y que espere un poco. Se va a ir de Blanes antes de que haya pasado a limpio el relato de los días que pasamos juntos.

Voy a intentar seguir con la introducción.

Durante el invierno había deseado coger una mochila y un billete a Vietnam y pasarme un par de semanas deambulando para olvidarme por unos días de mí, con la contradicción de centrarme solamente en mis necesidades: comer, dormir, ir al baño, caminar, descansar, no tener muy claro qué iba a suceder en la siguiente hora. Salir de la rutina, que aún amándola, no deja de ser un ciclo que se repite año a año y donde cada vez todo resulta más previsible. Me apetecía conocer a otros viajeros con mochila y pasar las noches hablando de viajar. Mentirnos un poco unos a otros y ser un poco más aventureros de lo que somos en realidad. Esa era la imagen en la que me refugiaba en los días de invierno cuando anochece a las seis.

Me pregunto si voy a seguir escribiendo en ese tono misterioso y absurdo mío habitual, lleno de nombres y lugares sin contextualizar, o voy a intentar por fin ser más claro. Estoy cansado de ir soltando secretitos en mis relatos, guiños privados.

Las dos últimas semanas de junio del año pasado (2018) las pasé con Lucas en Blanes. Acababa de firmar un contrato de alquiler de un apartamento y mi casa solo debía de ser una estación de paso donde repostar el combustible para continuar el viaje. Él necesitaba un amigo y yo necesitaba unas vacaciones.

Él se marchó un viernes y yo el lunes siguiente. Preparé mi equipaje como si fuera a tomar un avión y desaparecer por un largo tiempo. Tiré hasta la basura orgánica por si crecía vida en mi ausencia. Cerré las contraventanas y conecté la alarma. Fui andando hasta la estación.

Lo que viene a continuación es el diario de aquellos días.


Las ocho de la noche. Escribí el texto anterior una vez pasado Tarragona y cerré el ordenador. Antes de llegar a Barcelona he echado una cabezadita al ritmo del vaivén del vagón. Luego he continuado la vida normal de un jueves normal. He llegado a la oficina. He trabajado hasta las seis y cuarto. He ido a ver a Dante y he tomado una cerveza en el bar de Max. Luego he comprado fruta y ahora, por fin, estoy en casa. De aquí a un poco llegará Lucas. Dormirá en su habitación, porque mi cuarto de invitados hace meses que es su segunda vivienda. Después diseñaremos la tapa del single con Razalén para colgar en las plataformas de streaming.

No sé si el prólogo para el diario que estoy escribiendo está bien o está mal. Se acerca un poco a lo que quiero, pero lo voy a dejar para el final, para cuando haya terminado de leerlo con detalle. Me asusta encontrar un montón de basura y descubrir que no escribí nada que se pueda aprovechar. Que los recuerdos sean infinitamente superiores a lo que dejé escrito. Que no logré captar el ambiente, o que quizás con la llegada del otoño y del invierno aquellos días de verano se hayan mitificado y no fueron como los conservo en la memoria.

Quiero creer que sí que ha quedado algo impregnado en lo escrito, aunque solo sean un par de párrafos por día, un par de pequeños relatos que me emocione releer y que disfrute editando. Tampoco pido mucho, que las horas que voy a dedicar a revivir algo que ya pasó valgan la pena.

Solamente eso quiero, que me emocionen mis propias palabras.


2

Sábado, 16 de febrero del 2019

El tiempo, de nuevo, ha pasado como un suspiro, como si hubiera cerrado los ojos justo después de escribir la última palabra del último párrafo y al volver a abrirlos se hubieran esfumado las últimas cuarenta horas y no supiera donde se ha marchado todo ese tiempo. Desaparecido.

No es complicado seguirle la pista (al tiempo): llegó Lucas justo al terminar de escribir; trabajamos en la portada del single; charlamos; nos fuimos a dormir; al día siguiente, ayer, fui a rehabilitación, luego al médico, llegué muy tarde a la oficina, trabajé en los temas más urgentes, publiqué el audio del single en las plataformas digitales; comí con Lucas; descansé media hora; empecé a encontrarme mal, nada concreto, un malestar general; fui a ensayar con mi hermano y Sabrina; al regresar estaba demasiado cansado para hacer algo productivo; tomé un ibuprofeno; salí al Cal Brut a charlar con Ciro; miré algo en Netflix antes de dormir. Ya es hoy.


Sigo encontrándome mal, y hoy tengo concierto. A las cuatro tengo que salir de casa y empezar a prepararlo todo.

En todas esas horas que han desaparecido, no he parado de pensar que lo que escribí durante jueves está bien como ejercicio, pero que yo, como lector, no lo leería, que no lo aceptaría como un prólogo, que es más de lo mismo, que no es nada. Podría dejarlo y escribirlo al final, cuando ya esté el diario editado, pero si no tengo seguridad de lo que escribo ahora, el resto va a ser un sufrimiento, una crítica extrema que me va a obligar a borrar todo una vez y otra y otra, y no dejar nada. Necesito alcanzar cierta distancia con el texto, pensar que es de otro. Así que tengo que lograr una introducción a la que yo mismo pondría una nota de un seis si la tuviera que leer y no fuera mía. Tampoco pido mucho, un bien. Un aprobado desahogado, que no destaque, pero que tampoco haga el ridículo.


Son las dos y cuarto de la noche del sábado al domingo. Acabo de llegar a casa. Al mediodía me tumbé sin escribir nada. Estaba medio mareado y con dolor de cabeza y estar sentado frente a la pantalla me hacía daño a los ojos. Después he ido a buscar los altavoces al trabajo. Gran Vía estaba cortada y el centro colapsado por la manifestación, así que ha venido Juanan y los hemos llevado en metro. Ha sido aparatoso, caluroso y algo agobiante. La prueba no ha ido bien, las guitarras españolas sonaban en mono y no hemos sabido arreglarlas. Todo el concierto ha sido con acústicas y ha sonado raro. He contado algunas historias entre canciones, pero no me ha quedado un recuerdo positivo.

No sé si me ha gustado o no el concierto. Tengo que dejar que repose.


He decido que no va a haber una introducción. El relato tiene que empezar por la primera escena del diario y después, si veo que encaja, meter la introducción. A mí como lector me gustaría más entrar en la historia desde el principio y no tener que esperar un par de párrafos.

Me voy a dormir. Mañana quiero dedicar el día a estar en casa y escribir. Seguro que no lo hago, pero en este momento es mi intención.


3

Domingo, 17 de febrero del 2019

Siete y algo de la tarde. Me he preparado todo el día para este momento de ahora. Me he levantado a las nueve pasadas, y he ido a casa de Juanan para recoger los trastos del concierto de ayer y devolver los altavoces al trabajo y traer a casa el resto del equipo y mis guitarras.

Ha venido con nosotros Dante. Todo el tiempo que paso con él es de calidad. Siento que es único, este tiempo, esta edad que tiene, cada palabra nueva que suelta, cada gesto que ha aprendido y que hace unos días no hacía. Me quiere, y me gusta que me quiera. Me abraza y me llama cuando no me ve. Llora si me voy y no hemos compartido suficiente tiempo juntos. Luego me acompaña a la salida, me dice adiós y la cierra. Antes pide un besito, puede que dos, me dice adiós desde detrás de la puerta cerrada, y le explica a los padres que el tito se ha ido.

Se han quedado un rato en mi casa, Dante ha jugado con los playmobils. Solo ha aceptado regresar a su casa cuando cargaba con la ambulancia de los Ghostbusters y todos los muñecos que le han cabido en las manos. Les he acompañado. A las dos estaba de vuelta y me he echado a dormir una hora. Al despertar he cocinado y he comido. Siempre con el sentimiento de culpa de no sentarme a escribir.


La idea está fija en mi cabeza, no paro de escribir, o pensar en cómo escribir. Me entretiene todo el tiempo. En ese estado las superficies se ven distintas, son líneas y circunferencias en un plano. Cualquier diálogo que escucho lo analizo, cualquier lectura se convierte en una herramienta. Noticias en la prensa, podcast, letras de canciones. Todo puede ser utilizado. Me gusta y me agota. Me agobia y me hace sentir culpable.

He comenzado a ver la película “Galverstone” mientras comía y he aprovechado para hacer los ejercicios del hombro frente a la pantalla. He fregado los platos cuando ya eran las cinco de la tarde. He salido al parque a aprovechar la última luz del día. A luchar contra la dictadura de querer escribir ese diario del viaje que ya está empezando a caerme mal y tan solo he empezado a pensar en él. Ni lo he leído, solo he trabajado en la idea de la introducción. He querido salir de casa para alejarme de él, como un ente de mi imaginación que ha cobrado vida.


Ha oscurecido. He leído un cuento de Juan Sklar en Orsai. He analizado cada párrafo que me ha gustado. Por suerte, a pesar de estar en modo “escritura” que me obliga a fijarme en las estructuras, en los materiales, en los hilos, puedo seguir disfrutando como lector. Sobre todo si está bien escrito, y ese cuento de Sklar lo está.


Aquí estoy ahora, frente a la pantalla. Escucho música. He comprado una botella de vino antes de subir a casa. Me he dado tres horas para hacer esto que estoy haciendo, aunque sigo huyendo y solo me dedico a hablar en voz alta, o a escribir en voz alta, pero no me enfrento al texto.


Ayer rompí una cuerda de la guitarra y hacía tiempo que no pasaba. Todo el instrumento se destensa y se desafina. Una cuerda rota y ya nada suena.


Voy a empezar el relato de nuevo.


Las nueve de la noche. He leído por encima algunos días. La teoría del viaje como un proceso ya está escrito en el texto del primer día, cuando hablo de Jill y de New York. Vietnam es redundante. Creo que me he plagiado a mi mismo.

He pensado que la introducción podría ser un día cualquiera del diario. Algo de los días en los que ya teníamos una rutina. He elegido unos párrafos del octavo día. Me he relajado un poco. He subido un par de vídeos a Youtube del concierto de anoche. He recortado un pedazo donde canta el público para compartir en Instagram. Me aleja de la escritura, me releo con cierta distancia, no me comporto tan obsesivo con la mala calidad de mis palabras.


Empiezo a estar contento con lo que escribo. Sigue faltando, pero ya me gusta más, creo que sí que leería algo que comenzara así. Si fuera seguidor de Lucas o si fuera alguien a quien le gusta mis diarios de viaje. Sale el espacio: Blanes, el piso, la terraza. Sale un tema: la música, la composición, los paseos por la calle, pero no sale nada personal de porqué estamos ahí. He borrado frases como “la tormenta y el naufragio”.

Dios que vergüenza de mi mismo me produzco algunas veces.


He tomado tres copas de vino y algo de queso manchego para acompañar. Es posible que el alcohol me esté ayudando a relajar mi escritura.


Las diez y media. Una hora y media reescribiendo un texto de tres párrafos. Esta vez con la sensación de que voy bien, a cada corrección más convencido. A cada cambio de una palabra sintiendo que este sí que vale.

Creo que me falta cambiar un par de frases y lo tengo. Llevo media botella bebida. Mañana me dolerá la cabeza y será un día largo. Pero me alegro de haberme presionado estos días, de exigirme más, de no conformarme con lo primero que escribo, ni con lo segundo ni con lo tercero. Pero tengo que parar y aceptar que este tiene que ser el bueno.


Estoy bloqueado. No sé como hablar de los motivos que hicieron necesario que me fuera a Blanes con él. No quiero hablar de su intimidad. Esos asuntos deben ser suyos, yo no puedo apropiarme de ellos para mi relato.


Las once de la noche. No logro encontrar la fórmula. Escribo, borro, escribo, borro y sigo estando en el mismo lugar sin moverme.


Me rindo. No se me ocurre cómo cerrar la introducción, así que no voy a hacerlo ahora. Lo dejaré para cuando haya corregido todo el diario. Cuando haya pasado a limpio los primeros días seguramente habré encontrado la fórmula de cómo eliminar los temas personales sin que pierda el sentido y logre que todo tenga el mismo tono.

Voy a esperar por que seguro que en algún momento sabré cómo empezar el relato.

La introducción definitiva (esta) la terminé de escribir un día antes de publicarla en el blog, el día 18 de febrero del 2020. Me costó un año darme cuenta de que tenía que hablar en pasado, no en presente, y que yo de lo único que sé escribir es de mi mismo, no de los demás.


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