Viajes en el tiempo

Hoy al telefonear a casa de mis padres, y tras sonar varias veces el timbre de la señal de llamada, me ha respondido mi propia voz.

He colgado asustado al imaginar que una grieta en el espacio-tiempo me ha llevado al pasado y allí me he encontrado conmigo mismo y las consecuencias de este encuentro: el mundo colapsando y convertido en fuego, cenizas y oscuridad, la tierra abriéndose y los coches desapareciendo en un mar de lava, en el cielo cientos de monstruos alados con colmillos y despojos humanos entre las garras. He imaginado los edificios cayendo uno detrás de otro como piezas de un dominó gigante, y yo mirando al otro yo y el otro yo mirándome a mi y los dos preguntándonos cómo ha podido pasar algo así, qué es lo que hemos hecho mal, cómo hemos podido destruir el mundo de una manera tan torpe y con tanta falta de estilo.

Luego lo he pensado con más calma y he reflexionado. Quizá no haya viajado en el tiempo y sea simplemente la voz que dejé grabada en el contestador hace más de 10 años, antes de irme de casa.

Carlos y yo coincidimos en una asignatura durante nuestra paso por la universidad. Era algo excepcional porque él estudiaba telecomunicaciones en Sant Just, y yo informática en Palau Reial. No solo nos separaba la distancia, sino que además estábamos en años diferentes, su carrera duraba 3 años y la mía 5 y ni siquiera la titulación era la misma. A pesar de todo eso, coincidimos en una asignatura de libre elección en un cuatrimestre cualquiera. La asignatura iba sobre la realidad de la ciencia-ficción.

La materia consistía en analizar novelas y películas del género y pasar por el filtro de la ciencia las acciones que tenían lugar: teletransportación, combates en el espacios, pistolas y espadas láser, superhéroes volando, y, como no, los viajes en el tiempo. Aprendimos un montón de cosas inútiles que nunca he podido olvidar.

Somos luz y emitimos luz, y nuestro presente se envía al espacio como fotogramas de un celuloide que se proyectan en una pantalla de cine. Al igual que podemos ver a través de un telescopio el brillo de una estrella que hace millones de años que desapareció, en el otro extremo del universo algún observador puede vernos a nosotros con años de diferencia. Ese observador podría ver nuestro pasado como si fuera su presente, pero solo podría hacer eso, observar, no podría interactuar ni cambiar nada de lo que pasó.

Para viajar en el tiempo tendríamos que ser más rápidos que la velocidad de la luz y llegar al otro extremo antes que nuestro pasado, y así poder vernos. A varios años luz de distancia podremos vernos en el preciso instante en el que ella nos dijo que nos quería y nosotros, cobardes, no dijimos nada. Pero no podremos acercarnos y susurrarnos al oído que respondamos que nosotros también. Ese “yo también” seguirá sin salir de nuestra boca, y por más veces que volvamos y más intentos que hagamos, no podremos cambiar nada y esas palabras seguirán sin decirse.

Aún no hemos descubierto la forma de superar la velocidad de la luz, y si lo lográramos no podríamos hacerlo siendo materia, solo como energía, y de momento seguimos estando atados a este montón de agua unidos por algo de grasa que es nuestro cuerpo material. Decía Stephen Hawkings, además, que la demostración de que no se puede viajar en el tiempo está en que nadie del futuro ha viajado todavía a nuestro tiempo para decirnos que se puede viajar en el tiempo.

Por suerte para mi, para hacer uno de estos viajes imposibles solo tengo que llamar a casa de mis padres y esperar a que nadie coja el teléfono por un número determinado de rings. Entonces podré oír mi voz de otro tiempo que, a toda velocidad y sin vocalizar, me dice que he llamado a tal número, que deje un mensaje después de la señal, y al final, como bonus, justo antes del pitido, podré escuchar a Juanan diciendo “Tete”, con esa expresión suya de siempre, ese “Tete” exigente y casi echando la bronca por algo, que por más tiempo que pase, seguirá siendo la misma, en pasado, en presente y en futuro.



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