1993

Carlos observaba las luces de Albarracín, desde la otra orilla del Guadalaviar. Juan miraba las estrellas tumbado en un banco, mientras Silvana se peinaba a su lado. Lorena se miraba las manos, y yo la miraba a ella a través del objetivo de la cámara. En nuestras cabezas Suzzane Ciani y George Winston interpretaban la banda sonora. Era verano.

Las horas pasaban lentas. Cuando Carlos se cansó de mirar hacia el pueblo se levantó, y dijo que nos fuéramos a buscar algo nuevo. El río se detuvo un instante en su curva y todas las luces naranjas se volvieron sepia.El verde del parque, el blanco de las estrellas, los pantalones azules, las camisetas naranjas. Todo fue sepia.

Y entonces, solo entonces, aprendí que ya nunca nada sería lo mismo. Que a partir de ese momento todo iría cuesta abajo. Que aquel sería sin duda El Momento.

Porque la tierra era tan gigante como nuestros ojos alcanzaran a ver, y nada más allá existía. Todos éramos actores esperando detrás de un escenario el turno para interpretar el papel que nos había sido asignado. Nos habíamos equivocado de teatro y no había ningún público al que mostrar nuestra obra.

Ya no importaba qué hubiera más allá, ni el ayer, ni el mañana, porque nada sería más importante que este ahora al que nos dirigíamos. Carlos comenzó a caminar, Juan le siguió mientras jugaba con Silvana, y los dos reían, Lorena siguió mirando sus manos mientras sus pies alcanzaban a los otros pies, y yo detrás, mirando por mi cámara y sabiendo que este ahora se había ido ya y que venía otro ahora completamente diferente.

Todo era insignificante, innecesario. Nadie sabía donde estábamos, ni pretendíamos llegar más lejos de donde habíamos llegado, porque nunca habíamos querido alcanzar ningún sitio.

Que no había rascacielos, ni calles, ni túneles, ni puentes, ni castillos, ni casitas de caramelo. Que no había nada más allá de nosotros.

Subimos cualquier escalera, atravesamos cualquier arco. La gente dormía y no se oía nada más que el río cada vez más lejano. Mis pasos alcanzaron los pasos de Lorena y le dije al oído: «A partir de ahora todo irá cuesta abajo.«



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