3 días. Día #3

Este texto es la última parte de un diario de 3 días.


Domingo 22 de marzo del 2015

10:06

¿Cuantas horas hay que dormir para que el día sea nuevo y limpio? ¿Porqué no puedo levantarme peinado y maquillado como en cualquier película norteamericana? ¿Porqué resoplo y solo deseo seguir durmiendo y soñando?

Por las ventanas entra luz. Al asomarme veo algunas nubes, pero parece que no va a llover. El cesto de mimbre azul rebosa de ropa sucia. Tengo que lavar urgentemente.

10:38

Los chicos aún no se han levantado. Bajo a comprar croissants a la HOFFMAN. Busco suavizante y embutido en el paquistaní.

Hay algunos turistas por la calle y un helicóptero sobrevuela la ciudad, con un ruido persecutorio, pesado y monótono. Suena a represión policial o al Gran Hermano vigilando. Al verme reflejado en los cristales me doy cuenta de que se nota que debajo de la chaqueta voy en pijama.

Al regresar a casa los chicos siguen durmiendo.

11:17

He preparado el desayuno. Como los de antes, los de Casanova 72, al estilo del norte de Europa, cuando aprendí que se puede comer aguacate con mozarella y salmón por la mañana. Dulce y salado. Café y zumo de naranja. Todo a un mismo tiempo.

Los chicos siguen durmiendo.

Desayuno

11:39

Me he duchado y vestido de persona normal. El desayuno sigue en la mesa. Los chicos no. Duermen.

A las 12:30 tengo que estar cerca de Via Julia para ayudar a Rita y Vanna con algunas chapuzas en su casa. Soy el tipo del taladro y de la caja de herramientas. No tengo que llevar nada, ellas lo tienen todo. Eso me pasa por ir alardeando de mi pasado de peón de obra «¡Eh, que yo he trabajado toda mi vida de peón de obra!«. Un mantra que repito por lo menos una vez por semana a quien quiera escuchar. «¡Eh, que con 14 años ya le hacía el yeso en una gaveta a mi padre!«, aunque no quieran escuchar lo digo sin parar. Todo el tiempo.

12:00

Me tomo mi zumo, mi bocadillo de aguacate y mozzarella. No tengo salmón. Luego sigo con el croissant y el café, y termino picoteando algo del embutido. Solo en la mesa.

Los chicos siguen durmiendo.

12:15

Estoy a punto de salir de casa y Pablo se levanta. Me cuenta de que William ha pasado mala noche, algo le sentó mal en la cena (la comida interesante).

12:35

Dejo a Pablo desayunando y salgo de casa. Voy a llegar tarde y no me gusta llegar tarde. En la escalera huele a humedad, pero de cemento, no de tierra mojada. En el interior del primero-primera se escucha a un adulto jugar con un niño que ríe. El sonido atraviesa la puerta y sube rebotando por las paredes de las escaleras hasta mi puerta, donde se quedará parado, imposible seguir subiendo. También huele a sopa. Supongo que el olor se quedará estancado también en mi puerta. Saco la bici del cuarto de la portería.

13:15

Me encanta Av. Meridiana en bicicleta. La estoy descubriendo desde hace poco y tiene algo de nolugar en algunos tramos; el carril bici caótico que no acabo de entender; los edificios gigantes a cada lado de la calle son como pequeñas ciudades, cuadrados, sin balcones, como fortalezas, pequeños mundos dentro de este mundo. Hay miles de personas por la calle. Miles de coches en la carretera. Miles de comercios. Cada calle que entra y que sale de la Meridiana lleva a otro nuevo mundo distinto, con su gente, sus comercios y sus fortalezas. Está el Hipercor. Y esas plazas en medio de los edificios, como pidiendo disculpas por el accidente de haber caído donde no tocaba, pidiendo aire para respirar. Nolugares.

El paisaje cambia de repente al entrar en Fabra i Puig y la Av. Rio de Janeiro. Hay un cementerio y algunas casa bajas entre el suelo de cemento y de arena. Y el Herón City.

Llego a casa de las chicas. 8,20 Km. de distancia. Estoy sudando. No soy consciente de la constante pendiente que sube desde el mar hasta que me paro y empiezo a sudar. He atravesado en apenas media hora otra ciudad que es Barcelona, y que no es Barcelona al mismo tiempo.

Llegando a los italianos

14:45

Llego tarde. Ya están Paolo y Valentina. Vanna cocina. Rita me dice donde tengo que agujerear. Me dejan una camiseta negra llena de pelos de gato con el logo de apple y que me va pequeña. Dejo mi camisa mojada en la terraza para que se seque. Coloco un par de estanterías y una cortina. «¡Eh, que con 16 años yo tenía mi propio capazo con una maceta y un nivel que le robaba a mi padre del suyo!«.

A comer.

16:30

Panqueques con algo tipo pesto y rissotto funghi. Son vegetarianas y me encanta como cocinan, con ese toque italiano. Hablamos de relaciones, de Birdman, de su próximo viaje a Inglaterra.

-Tienes que venir
-Quiero ir a New York.

He hablado por teléfono con William. Están comiendo con su amiga Leti cerca de Diagonal. Estarán un rato, así que me piden que me reúna con ellos. OK. Antes de salir cuelgo un reloj. Rita no sabe lo que es una alcayata. Mi camisa ya está seca.

17:15

Otra Barcelona dentro de Barcelona. Pedaleo por Av. Rio de Janeiro hasta Ronda Guinardó. Hay algo de clase obrera en los bloques de edificios, en la gente mayor que sale de sus casas, en los coches aparcados, en los adolescentes sentados en las aceras.

Subo y subo hasta el Park de les Aigües. Otro cambio de paisaje. Travessera de Dalt, Gràcia, Lesseps, General Mitre, Via Augusta, Sarrià, Carrer Dr. Flemming.

Otra ciudad nueva. En estos barrios hay Audis, BMWs, Mercedes, balcones rebosantes de plantas, y la gente es otra gente, otro aire el que respiran, otro corte de pelo, otros zapatos, otros abrigos, otros nombres, otros apellidos.

Parte alta

Los chicos están en un bar llamado Oh Bo.

Otro puto lavabo que no entiendo. No lo encuentro. Lo encuentro. No sé abrir la puerta. La abro. No sé tirar de la cadena. Tiro de ella. No sé accionar el grifo. Lo acciono. No sé como abrir la puerta para salir. La abro. Salgo.

Un té negro. En un lugar así es lo que me sale pedir. «Un té negro, por favor, la contraseña del Wi-Fi, por favor, y el ordenador con la manzana encendida donde mirar cosas importantes de persona importante con un montón de compromisos que resolver, compruebo mis mensajes en el iPhone, sonrío, respondo usando los dos dedos pulgares, muevo un poco el té, vuelvo a consultar mis asuntos importantes en el portátil, me contesta, vuelvo a sonreír, espero un poco antes de enviar el nuevo mensaje, doy un trago al té«. Así podría ser mi vida. Pero no lo es.

Té negro

17:45

Leti les lleva en coche al aeropuerto, el equipaje está en el maletero. Nos despedimos. Nos veremos en Londres o en Barcelona. Puede que en julio. Nos veremos pronto seguro. Adios William. Adiós Pablo.

Acumulo más despedidas que bienvenidas.

El camino de vuelta es cuesta abajo. En un sentido físico, no figurado. No tengo que pedalear.

18:23

Llego a casa. Al entrar me sorprende el orden. No recordaba que ayer (¿fue ayer?) había ordenado tanto, pero ahora, sin las maletas y los abrigos, todo parece estar en su sitio. Espera: los chicos han limpiado la cocina.

La mesa libre, sin papeles, sin libros, sin el ordenador, sin las letras a medias, sin las revistas abiertas. Quiero recordar esta imagen porque en menos de tres días volverá a estar como siempre y solo quedará un pequeño hueco para poner un plato. Nada más.

Casa ordenada

Se han ido todos, hay demasiado silencio, pero aún queda día y algo de luz. ¿Qué hacer ahora?

¡Hostia! La ropa sigue en lavadora.

19:35

Me han llegado mensajes de Javi Ollas que se va a juntar con estos en el Patio Andaluz, al lado de casa de mis padres, a ver el Barça-Madrid. Voy a acercarme y de paso ayudo a mi padre con «un problema que tiene con el ordenador«. Desde que dejó el capazo, la maceta, el nivel y el yeso, y sus dedos ya no son de hierro y puede doblarlos y moverlos individualmente, y puede teclear y ha aprendido a usar el ratón, su nueva afición es El Internet.

19:55

He cogido la moto. Voy por las rondas hasta Horta. Todas las autopistas y todas las vías rápidas son iguales. Exactamente iguales en todas las ciudades de todos los mundos. La ciudad me gusta mucho más en bicicleta.

20:05

Salgo de la ronda en Horta. Toco en el interfono del piso de mi hermana por si están para ver a mi sobrinos. No responde nadie. Vuelvo a llamar. Nada. Subo por Llobregós hasta Lordà y bajo por General Mendoza hasta donde mis padres. De nuevo otro mundo dentro de este mundo. Escaleras eléctricas para que los abuelos puedan salir a comprar el pan. Cuestas y cuestas y caos y más caos de calles que no acaban en ningún lugar, en un precipicio o en un antiguo riachuelo seco. A saber.

El desorden de la construcción de la inmigración de los 50 y de los 60. De aquí soy. De aquí viene mi orgullo de barrio.

Al pasar por la parada del metro del Coll me imagino los túneles subterráneos que agujerean el Carmelo, como pasajes antinucleares. Toda una vida bajo tierra después del Apocalipsis, cuando la radiación impida salir a la superficie. Los túneles del metro de la línea azul y de la línea verde habitados por una masa obrera salida de los montes del Carmelo.

Llego a casa de mis padres. A mi padre le ha asustado un aviso de actualización del antivirus y algo ha pasado que ya no puede ver los vídeos de los nietos. Es muy grave porque tampoco puede ver los vídeos de mi hermano y de mi tocando con Sabrina. El orgullo de padre y de abuelo, más orgullo aún que el orgullo de barrio.

10 minutos más tarde ya está el drama de las actualizaciones resuelto y me voy al Patio Andaluz a ver a estos. Solo está Javi Ollas. Charlamos de los planes de Semana Santa en Teruel. De hacer un cordero en el Masegar. Yo le digo que mejor un asado en Albarracín. Una ruta por los lavaderos viejos, con los hijos de los amigos, que estarán en mi casa, y a los que les contaré que en sótano viven duendes y por eso crujen las paredes al anochecer. Para que no puedan dormir del miedo.

El patio Andaluz

21:05

Ha empezado el partido y no ha llegado ninguno de estos. Momento perfecto para marcharme.

21:35

Volviendo a casa paso por delante de varios bares repletos de gente mirando las pantallas gigantes.

En Via Laietana, en la comisaría, 4 nacionales, con sus armas colgando al hombro, miran a través de las cristaleras del bar de la esquina porque algo ha pasado y todos gritan. Al llegar a casa descubro que fue un gol del Barça.

Cuelgo la segunda lavadora.

22:15

Ya se acaba el día, y se acaba este diario del fin de semana. Escucho de nuevo gritos en la calle y en el patio de luces. Miro en Internet. Otro gol del Barça, a las 22:15.

Fin

Me ha gustado escribir estos 3 días. Me he sentido como me siento cuando viajo y escribo. Han sido días diferentes, especiales: la grabación, el teatro, MR, el concierto, William y Pablo, los italianos. Me siento como si necesitara ahora unas vacaciones para descansar de estos días, pero mañana vuelvo a trabajar, y estos días han sido, en realidad, mi descanso. Me gustará recordar dentro de un tiempo.

Me siento en la ventana y miro al cartel H_TEL encendido. Se escuchan bocinas y cánticos de los aficionados del Barça. Sé que a partir de mañana no voy a escribir por un tiempo. Es raro, ya lo estoy echando de menos. Todo es raro en general. Pero no importa. Me gusta que sea de esta manera.



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