Diario de la Cuarentena #4

Viernes 20 de marzo del 2020 – Día #7

Paranoia

Hoy he salido de casa. No voy a decir que llevo encerrado una semana porque es mentira. Mi última salida fue el lunes, por el tema del trabajo. Fue algo rápido, ir a la oficina, reunión y volver. En moto y con lluvia. Mi aislamiento sin salir al exterior ha durado desde ese lunes a las dos de la tarde hasta hoy viernes a las nueve y media de la mañana. No tengo sensación de haber estado encerrado, me gusta estar en casa. Noto que me falta tiempo para hacer mis cosas, el teletrabajo se está llevando el grueso de las horas.

He pasado una mala noche. Estaba preocupado por tener que salir hoy. Apenas he dormido con la inquietud y los nervios. Al salir me he elegido ropa que no uso normalmente. Me he ajustado unos guantes de piel y he tocado todo a través de una bolsa. Tenía que salir al dentista necesariamente y he aprovechado para pasar por el ALDI.

Al llegar a casa me he quitado toda la ropa en el rellano, he dejado las zapatillas fuera, he metido toda la ropa en la lavadora, la he puesto en marcha y me he metido en la ducha.

Jamás pensé que iba a tener tanto miedo de salir de casa y tanta alegría por volver y no tener ni tos ni fiebre.

Vecinos

Vivo en el ático y dos de mis tres ventanas dan al terrado comunitario. Solo se permite su uso para tender la ropa. Aunque ahora los vecinos entran también a respirar. Veo a todos los que suben y bajan, que siempre son los mismos. Sin embargo esta tarde he visto colgando la ropa a una chica rubia con un moño a la que nunca había visto antes.

Voy a estar atento a cuando suba a recoger para, casualmente, estar en la ventana tocando la guitarra. Como por accidente.


En el edificio de al lado vive en el ático Unai y su novia. Tienen terraza. De vez en cuando nos saludamos. Hoy hemos pasado un rato charlando. Más tiempo que todo en los últimos años juntos.


La casa de mis padres es un segundo piso real, es decir: queda a cuatro metros de altura respecto a la calle. Desde el balcón mi madre saluda a todo el barrio. A veces, dice, tiene que meterse dentro del piso cansada de hablar con los vecinos.

Mi padre cuando se jubiló no sabía muy bien qué hacer con el tiempo libre. Toda la vida trabajando de la mañana a la noche no le habían permitido desarrollar ningún hobby que no fuera una actividad relacionada con su profesión: albañil. Él construyó el piso donde nos criamos; la casa del pueblo en Teruel; arregló la casa familiar en Galicia; y nos hizo todas las chapuzas de todos los pisos en los que hemos vivido todos los hijos.

Así que de pronto, con la jubilación, descubrió el ocio. A los dos años de haber dejado de trabajar se dio cuenta de que sus manos volvían a ser finas y que tenían movilidad de nuevo. Sus dedos siempre habían sido de cemento y no podía pulsar un botón en los mandos de control remoto sin tocar los otros cercanos. La calculadora que utilizaba para hacer los presupuestos era como esas de juguete que se regalan a los bebés de botones de dos x dos centímetros de tamaño.

Viendo que ya podía pulsar teclas, se apuntó a clases de informática en el centro cívico del barrio. Se compró un portátil y aprendió a usar “El Internet”. Luego vino el “Powerpuán”, como le llama mi tío Suso que fue emigrante en Francia durante su juventud y para él “point” es el “puán” del francés y no el “póin” del inglés.

Un día al salir de una de las clases, el profesor, otro jubilado, le preguntó si estaba libre, que necesitaban ayuda para las comidas de la ayuda social. Desde entonces colabora con el centro cívico y forma parte de la comunidad del barrio.

Mi madre dice que ahora cuando van al mercado o están en la terraza es a él a quién saludan y cuando van a las celebraciones del centro cívico le dicen “¡Ah!, tú eres la mujer de Alejandro” (sí, me llamo como mi padre).

Estos días de encierro son la oportunidad para empezar a relacionarme con los vecinos, algo que no se ha dado jamás en todos los pisos que he vivido y que me hubiera gustado tener desde que abandoné la terraza de mis padres.

Todos ellos van a pasar algún momento por el terrado y yo no tengo nada mejor que hacer. Es el momento de que conozcan mi «problema» de logorrea. A algunos los espero con la guitarra en la mano.



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