India: Día #6

(lunes 21 de julio – Amritsar)

Lucky

Un taxi en Delhi hasta el aeropuerto, un avión a Amritsar, y otro un taxi hasta el hostel Tourist Guest House, recomendado por la Lonely. «Tourist Guest House», le digo al taxista, «Lucky, yeah?, lucky, yeah?», responde él, con un inglés de película de western. Después de varios casi-pero-no-colisionamos llegamos a una callejuela. «No entrar calle coche hotel izquierda», dice, y moviendo los dedos hace el signo universal de andar. Para a un riskshaw y le dice que me lleve hasta allí. Con el brazo hace la señal de girar a izquierda y dice «Lucky, yeah?». «Suerte» le respondo, y se va. El ciclista me deja enfrente a un hostel que se llama Lucky Guest House.

Otro riskshaw me lleva hasta el hostel correcto. Otro agujero al lado de un paso elevado y mil millones de ruidos por segundo. Según la guía es «una institución entre los mochileros, con precios bajos y habitaciones tranquilas, con techos altos y ventilador». Por el forro de los cojones. Solo veo a dos tipos saliendo en bermudas y sin camiseta de una habitación y les pregunto «¿Hay más como nosotros por aquí?», «creo que hay un dos más». Dormitorios vacíos, lagartijas por las paredes y una uña de pie gigante en mi habitación. Eso sí: el ventilador está en el techo. «¿Please, wifi code?». Lonely edición febrero 2014: va siendo hora de revisar algunas cosas. A tomar por culo.

GPS

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«Sorry, tengo que irme a otro hostel donde están mis amigos. ¿cuánto por usar el Internet?»
Auto riskshaw
«A esta dirección, ya te guío yo con el GPS»
Muestro la pantalla
Recto, izquierda, recto, señalo la pantalla, derecha, no, da la vuelta, señalo la pantalla, esta calle, aquí es, señalo la pantalla
Escaleras
Puerta
7 personas como nosotros saludando en el salón
«Hola, ¿hay camas?»
«Sí»

Una turca, un español, unos ingleses, un tío alemán de dos metros con una cámara de fotos tan grande como él, literas, libros en inglés sobre la mesa. No hay uñas. Ahora sí. Respiro.

Carretera

Un árbol del que en lugar de fruta o flores cuelgan ruedas de bicicleta; arrozales y campos inundados; un sij vestido de blanco con una mula gris cargando un saco amarillo; postes eléctricos enredados y cuervos anidando; una escuela gigantesca estilo Harry Potter; un campamento militar; cuatro policías sentados bajo un árbol; una familia de cinco en una misma moto; sampedros; ovejas y un pastor.

Todo eso he visto desde un auto riskshaw antes de que el dolor de espalda me impidiera seguir viendo nada más.

Disney

Me uno, como no, al grupo de diez del hostel que se van a ver arriar la bandera en el puesto fronterizo de Attar y Wagah, entre India y Pakistán. Hay una parada primero en un templo hindú, donde, tras dejar los zapatos en una consigna, se sigue por un circuito al más puro estilo del pasaje del terror de cualquier parque de atracciones. Repartidos a lo largo de toda la estructura de un edifico, muñecos de plástico gigantes con la boca abierta por la que hay que cruzar, cuevas con más muñecos con cara de locos. Un laberinto de camino único con un millón de indios que vienen a visitar a la velocidad de la luz a todos las posibles deidades, presentadas en recipiente de cristal y con flores de colores. Besar los escalones, tocar la campana, pintarse un punto en la frente, soltar algunos billetes, seguid avanzando por favor. Indiana Jones en el Templo Maldito.

Troncos

Mi tío Lucho, cuando había tormenta, bajaba a la curva del río Eo que giraba justo al pie de la colina de la casa familiar. Allí se iban acumulando los troncos arrancados por el temporal y los sacaba del agua con un palo largo con un gancho en el extremo. Se ahorraba el trabajo de talarlos y el camino de transportarlos hasta la casa.

Una mañana, después de una fuerte tormenta, vio bajar un cadáver entre los troncos. Lo desenredó y dejó que siguiera bajando. «Ya lo resolverán los del pueblo de abajo».

Me acuerdo de esta historia mientras comparto los platos en el restaurante DHARAWAN DA DHABA, con los cinco ingleses, la eslovaca y la noruega. Alguien ha decidido donde ir, cómo, ha negociado el riskshaw, ha recogido el dinero, ha elegido los platos y, finalmente, se encargará de las cuentas. Recuerdo al tío Lucho mientras hablan de algo de lo que he desconectado desde la primera palabra.

No siempre es necesario ir cortando árboles, a veces vienen con la corriente. Y algunas conversaciones es mejor que la resuelvan otros pueblos.



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