Me dije que jamás haría una canción de todo aquello, y esta ya es la segunda. Está bien, será que he aprendido, por fin, que vivir es aceptar que cada paso, bueno malo, es necesario para llegar al siguiente.

Se marchó sin despedirse y quedó la soledad del marinero en un desierto sin estrella polar. Quedaron los porqués, las preguntas sin interrogantes. El no pudimos ser nosotros. La duda de saber si había sido así porque no pudo ser de otra manera. La certeza de que un final sin un adiós es un principio abierto.

Porque esto es un viaje. Aunque no haya movimiento me dirijo hacia algún lugar no físico, camino hacia un destino: perder el tiempo con un amigo; grabar unos vídeos; escribir unos relatos; terminar algunas canciones. Es un trayecto en el que se avanza poco a poco y en que se recorren paisajes interiores.

Vivo en el ático y dos de mis tres ventanas dan al terrado comunitario. Solo se permite su uso para tender la ropa. Aunque ahora los vecinos entran también a respirar. Veo a todos los que suben y bajan, que siempre son los mismos. Sin embargo esta tarde he visto colgando la ropa a una chica rubia con un moño a la que nunca había visto antes.

Creo que este espacio de tiempo que tenemos ahora es una oportunidad para empezar de nuevo, resetear las viejas manías y prejuicios. Reformatearnos. Como apagar y encender un ordenador para que vacíe la memoria de procesos perdidos y deje espacio para cosas nuevas.

Este texto no pertenece al diario de Blanes. Está escrito, como dice el título, siete meses después. Son las notas de mi “cuaderno de trabajo”. Después de reencontrarme con el texto, había decidido editarlo y publicarlo. Pero me sentía como un deportistas que ha engordado y necesita perder peso y entrenar antes de la competición. Qué mejor ejercicio que escribir sobre el ejercicio de escribir, pensé. Lo que viene a continuación es un monólogo algo desquiciado (y largo) sobre la búsqueda de un arranque, de un prólogo que precediera al diario.