Alguien simplemente un día inventó el tiempo. Antes no habían ni minutos, ni segundos, ni horas, ni días. Ni siquiera habían semanas ni meses. Alguien decidió que 12 era el número de ciclos lunares completos que tiene un año para que los agricultores pudieran controlar las cosechas. Más tarde los egipcios dividieron el día en 12 horas de luz y en 12 horas de oscuridad. Finalmente, en el siglo XIII, unos monjes inventaron el reloj mecánico para controlar los horarios de sus rutinas en el monasterio. Y con el nacimiento de las horas nació también la impuntualidad.
En el 49 aC Sosígenes de Alejandría, astrónomo, matemático y filósofo, desarrolló un nuevo calendario a petición de Julio Cesar. El emperador había descubierto que el calendario egipcio era excelente comparado con la basura del calendario romano, que de tan impreciso, arrastraba siglos de retraso y no lograba llegar nunca puntual a sus citas con Cleopatra, siempre con varios días de retraso. Sosígenes planteó la división de un año en 365 días, y añadió un ajuste de un día adicional cada cuatro años, para compensar el desfase natural debido a que la rotación de la tierra en torno al sol no es síncrona. Cuando a un año se le añade este día extra se le llama año bisiesto, y se añade el 29 de febrero. Sosígenes no solo diseñó el calendario actual, sino que además quitó días a los años e hizo que llegáramos a la adolescencia y a la edad a adulta con una edad no adecuada y nos hizo a todos, de repente, más viejos.
En el año 1967 se comenzó a desarrollar el reloj atómico, que se basó en la frecuencia de la resonancia atómica normal, para lograr la mayor precisión posible. Hasta entonces, todos los relojes mecánicos sufrían desfases y debían ser ajustados a mano. Fue con la aparición de estos mecanismos tan precisos cuando se descubrió que además del ajuste de un día en el año bisiesto, había que ajustar un segundo más a algunos días del año. Es lo que se conoce como el “segundo intercalar”. Cuando toca añadir un segundo, el último minuto del día seleccionado tiene 61 segundos.
El segundo intercalar se añadió por primera vez en 30 de junio del 1972 y el siguiente el 31 de diciembre del mismo año. En estos días a las 23:59:59, en lugar de pasar a las 00:00:00 del día siguiente, el reloj pasó a las 23:59:60. Hasta hoy se han añadido 25 segundos a 25 días, el último de ellos el 30 de junio del 2012. Se han cumplido 25 veces los deseos de los cantautores y poetas enamorados dramáticamente que solo piden un segundo más contigo. Solo un segundo más, mi amor, solo un segundo, por favor.
Sin embargo la Unión Internacional de Telecomunicaciones, cansada de cumplir con el sueño de los románticos, quiere abolir este sistema e implantar uno nuevo basado en quitar o añadir una hora cada 600 años. Estados Unidos, Italia, Francia, Alemania, Japón y Rusia están a favor de este nuevo sistema. De acabar aceptándose esta propuesta, y con la tendencia actual de desaceleración de la tierra, el siguiente cambio consistirá en retrasar una hora cuando se haya desfasado el reloj 30 minutos. Ese día tendrá una hora más y no se volverán a ajustar más segundos de los que se han ajustado hasta el momento. Sucederá en el año 2.600. Nadie, absolutamente nadie de nosotros lo podrá ver.
Pero aún queda un segundo intercalar más en la lista. Es posible que sea el último: este 30 de junio del 2015 es muy probable que veamos por última vez como el reloj cuando llega a 23:59:59 en lugar de pasar a 00:00:00 del día siguiente, indique 23:59:60 del mismo día. Un minuto de 61 segundos.
No fuimos testigos del último concierto de los Beatles, ni de la primera vez que llegó el hombre a la luna, pero, por última vez, podremos compartir un segundo más juntos, aunque luego te acabes marchando y nunca compartamos la hora 25 del 2.600.
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