Este texto es parte de un diario de viaje que empieza aquí.
Miércoles 10 y jueves 11
Rocky, el boxer de Irene (Airín) y Ray, lanza peos como de persona, duerme en el sofá boca arriba, con las piernas delanteras sobre la cabeza y despatarrado en las traseras. Ronca. Le falta el ojo izquierdo, y se me queda mirando fijamente con el único que le queda cada vez que me siento. Salimos fuera de la casa gigante de dos plantas y hago como que lanzo algo lejos, y él intenta averiguar dónde ha caído y hace un ruido como de «¿dónde? ¿dónde?«. Solo hay campo y más campo y una carretera en la parte delantera, más allá del muro de piedra. Rocky sabe abrir las puertas empujando la manilla. Se vuelve a tirar un peo, pero no sonríe por que los boxers no tienen cara de sonrisa, han nacido con un único gesto de estar entre enfadado y tristón.
Sicilianos
Discuto con Mireia sobre la escena del monólogo de los sicilianos negros de “Amor a quemarropa (True Romance)”. Yo insisto en que lo suelta Christopher Walken y ella dice que es Dennis Hopper. Buscamos la escena y ella tiene razón. Walken explicaba lo del reloj de oro del padre en Pulp Fiction.
True Romance
Coccotti: ¿Sabe? Los sicilianos son grandes embusteros, los mejores del mundo. Yo soy siciliano, mi padre era el campeón del mundo de los embusteros sicilianos. Al crecer con él, aprendí cómo hacerlo. Hay diecisiete cosas distintas que uno puede hacer cuando miente, quien quiera descubrirle tendrá que averiguar las diecisiete formas. La mujer tiene veinte, el hombre diecisiete, pero, si las conoces como conoces tu propia cara, puedes mandar todos los detectores de mentiras al infierno. Lo que intentamos ahora es el juego de mostrar y contar, y usted no quiere mostrarme nada pero así lo cuenta todo. Sé que usted sabe donde están, así que dígamelo antes de que le haga sufrir, porque de morir no se libra.
Clifford: ¿Podría fumarme uno de esos cigarrillos?
Coccotti: Claro
Clifford: ¿Tiene una cerilla? No, espere, no se moleste, yo tengo. Usted es siciliano, ¿eh?
Coccotti: Sí, siciliano.
Clifford: ¿Sabe? Yo leo mucho. Sobre todo cosas ocurridas en la historia. Para mí es algo fascinante, y hay un hecho que no sé si usted conoce. Los sicilianos descienden de negros.
Coccotti: No, no entiendo. ¿Cómo? ¿Cómo ha dicho?
Clifford: Bueno, es un hecho, sí. Verá, los sicilianos tienen sangre negra bombeando en sus corazones. Y si usted no me cree, documéntese. Hace cientos y cientos de años, los moros conquistaron Sicilia. Y los moros son negros.
Coccotti: Si.
Clifford: Verá, por aquel entonces los sicilianos eran como los espagueti del norte de Italia, sí, tenían el pelo rubio y los ojos azules. Sin embargo, los moros invadieron la isla y, bueno, cambiaron todo el país. Se aparearon tanto con las mujeres sicilianas que cambiaron la línea sanguínea para siempre. Por eso, el pelo rubio y los ojos azules se convirtieron en pelo negro y piel oscuro. ¿Sabe? Me resulta absolutamente asombroso pensar que hoy en día, cientos de años después, los sicilianos todavía llevan esos genes negros. Le aseguro (ante las risas de Coccotti), no en serio, estoy citando la historia, está escrito, es un hecho, está escrito.
Coccotti: Me encanta este tío.
Clifford: No, en serio. Sus antepasados son negros. (Risas) Sí. Y su tataratataratataraabuela se folló a un negro. Y tuvo un hijo mulato. En serio. Es un hecho real. Dígame, ¿cree que miento?
Coccotti: No
Clifford: Porque usted es medio berenjena (Más risas) (Coccotti ríe a carcajadas)
Clifford: Y él, y él, y él. (Señalando a los demás)
Coccotti: Y usted un melón (Risas) Menudo tipo! (Se levanta y le besa en la mejilla). Increíble!. Dámela (señalando la pistola de uno de sus acompañantes). (Dispara varias veces a Clifford). No había matado a nadie desde 1984.
Trim
En la cafetería de Trim me preguntan cosas sin parar y no tienen prisa. Es un pueblo pequeño de casas de un solo piso de colores verde, azul, rojo, blanco y amarillo con techo de doble agua negro y chimeneas. “Sobre todo chimeneas”, dice Mireia. Hay una barbería al lado de una peluquería al lado de una ferretería que está al lado de una tienda de árboles de navidad justo al lado de una tienda de dulces seguida de una biblioteca al lado de una supermercado y enfrente de una mujer rumana en una mesita pidiendo ayuda para los niños pobres. A la salida del pueblo (o a la entrada, según se esté entrando o se esté saliendo) está el castillo, el más grande de Irlanda y el mayor de la arquitectura Normanda. Es el castillo donde partieron en trocitos a William Wallace en la película Braveheart.
Trim también es una función de los lenguajes de programación que elimina los espacios al principio y al final de una cadena de caracteres.
Malahide
El castillo de Malahide tiene casi 800 años. En uno de los salones, nos explica el guía, se celebraban las fiestas de sociedad del siglo XVIII. En estas fiestas los hombre tenían la oportunidad de cortejar a las damas. El sistema era muy sencillo y directo: la dama se sentaba en el una marquise, vis-à-vis, tête-a-tête o canapé à confidents, un sofá de tres piezas, con la carabina -una tía, madrina, madre, o abuela- que controlaba al caballero. Primero debería presentarse a la protectora e indicar sus intenciones. Si pasaba el flitro podía sentarse con la señorita en el sofá y hablar de cualquier tema banal y siempre debían ser escuchados por la supervisora. No se podía hablar de dinero, ni negocios ni por supuesto sexo. Las conversaciones debían ser del estilo «El tiempo parece primaveral, a pesar de estar en febrero, ¿ha observado como ya están floreciendo los jacintos?». «Me suda el chocho«, era una respuesta habitual para indicar que el tipo había perdido su oportunidad. Siguiente, tía.
Karaoke
En el pub James Griffin hay un micro colgando del techo. Tomamos Guinness que tiene la solidez de una magdalena: se puede masticar. Suena Norah Jones, el disco de dormir las siestas. Suena “This Land Is Your Land”. Hay un espacio para fumadores con un techo de uralita de plástico, y una estufa. La lluvia golpea con un clac-clac-clac. Preguntamos si lo del micro es por que hay karaoke. El camarero contesta que no, que la mesa donde estamos es la de los músicos y el micro está para que se escuchen en los altavoces repartidos por todas las salas del pub. Vaya, la idea de un Karaoke en un pueblo irlandés era muy interesante.
Mel Gibson
El castillo de Braveheart está cerrado, estamos en el día más bajo del mes más bajo de la temporada más baja del año. Todo el mundo dice haber conocido a Mel Gibson, todo el mundo es primo de él, todo el mundo coincidió en la iglesia en la que él iba a rezar. Todo el mundo tomó un café con él. Todo el mundo participó de extra. Pero no nos abren el castillo.
Llueve
Llueve, pero de otra manera. Una lluvia más lluvia, de la que cae hacia abajo y no da vueltas, de la que te puedes esconder debajo de los tejados, de la que no te engaña, de la que sabes que está ahí, de la que te pide perdón por ser como es, que sabe que es necesaria algunas veces, de la que moja pero sabes que te estás mojando. De las lluvias que salen en las películas, de las que se pueden iluminar, de las que no hace falta decir nada porque el sonido de las gotas contra su piel ya lo dicen todo, de las que al llegar a casa quieres secar su pelo con una toalla y decir “va, quítate eso que te vas a resfriar”, y te sientes un poco ridículo, y también un poco tonto, pero vale, de las que recordaremos al contar aquello de “aquella tarde, cuando todo empezó, llovía”. Así es como llueve.