¿Dónde van los calcetines cuando se desparejan?
Me los quito por la noche justo antes de ir a dormir. Los tiro a la pila de ropa sucia que se acumula a los pies de la cama. Cuando la ropa amontonada no deja caminar, o cuando el olor es insoportable, o cuando se esperan visitas, la llevo al cuarto de la lavadora y la pongo en el cubo de mimbre azul. Apenas hay 5 metros de distancia entre la habitación y el cubo de mimbre azul.
El fin de semana que toca lavar, porque ya estoy usando la ropa menos sucia del montón, lo muevo por bloques del cubo de mimbre azul al tambor de la lavadora. Apenas a 20 centímetros de distancia. Si no me olvido de que la lavadora está funcionando y con el lavado terminado, ese mismo día la cuelgo. Sino varios días después, cuando al levantarme me doy cuenta de que sigo sin ropa limpia y que sigue estando dentro del tambor. Húmeda. Vuelvo a lavarla si el olor a perro mojado es evidente, y ruego no olvidarme esta vez que la lavadora está puesta. Si hay suerte y la saco el mismo día, la ropa pasa del tambor de la lavadora al balde verde y del balde verde a la cuerda de la terraza donde se cuelga con pinzas de madera. El tendedero está justo al lado de la lavadora, a no más de tres metros.
Varios días después, según si me he acordado que había ropa tendida y no ha llovido demasiado y no se han cagado las palomas, la ropa pasa del tendedero a una silla en la habitación, donde puede estar amontonada un plazo que va de un día a una semana. Entre el tendedero y la habitación hay 5 metros también. La ropa pasa de la silla donde se amontona a ser usada cada día. JAMÁS entra en un cajón ni se cuelga en ninguna percha.
Así que el ciclo completo de movimiento de la ropa, incluidos los calcetines, es: silla de ropa limpia; se usa; al montón de ropa sucia a los pies de la cama; al cesto de mimbre azul; a la lavadora; al balde verde; al tendedero con pinza de madera; a la silla de la ropa limpia. Fin. Sin variaciones. Semana a semana. En un espacio físico de 5 metros.
Entonces: ¿Cómo cojones es posible que al final de todo este proceso, simple, sin desvíos, sin variaciones, un circuito perfecto en un espacio mínimo y controlado, desaparezcan la mitad de los calcetines y se queden la mayoría desparejados?
He abierto la lavadora y buscado en los filtros. Ahí no había nada. Me he cambiado de habitación, la he vaciado completamente. Han seguido sin aparecer. No estaban debajo del colchón, ni entre las revistas amontonadas en las esquinas, ni dentro del baúl. Tampoco debajo de ninguna de las baldosas que se mueven. He vaciado el cuarto de la lavadora y no había nada. NADA. Absolutamente nada. Así que, ¿a qué lugar van los calcetines desparejados?
Imagino que existen en una dimensión paralela: en el centrifugado, al llegar al número exacto de revoluciones por minuto, se crea un agujero negro y atraviesan una cuarta dimensión espacio-temporal para llegar a la ciudad donde van a parar todos los calcetines impares: «La ciudad de los Calcetines Perdidos«. La sociedad de los calcetines ejecutivos tendrán explotados a los pobres calcetines blancos con la raya azul y con la raya roja. Los de rombos serán los pijos de la clase, con todas las medias suspirando por ellos, mientras los pobres calcetines 100% acrílico del mercadillo de Zona Franca, con las gomas vencidas desde el primer uso, miraran desde su esquina de freaks a los de lana siempre de buen rollo y una flor entre los nudos. Es una ciudad de seres únicos, diferentes y desparejados.
Algunas veces me gustaría dar vueltas sobre mi propio eje hasta alcanzar el número de revoluciones necesarias para que se abriera ese agujero negro. Así podría pegar el salto espacio-temporal que me alejara de mi piso de mosaicos rotos y me llevara donde solo se puede estar si eres impar. Un lugar lleno de personajes únicos y diferentes, que no encajan con otro par, y en el que ser individual es el único modo de vida aceptado: “La ciudad de los Calcetines Perdidos”
Yo me he hecho muchas veces esa pregunta… Creo que todos nos la hemos hecho alguna vez. Hace tiempo me lei un libro que hablaba de eso y me encantó: «Un lugar llamado aquí» de Cecilia Ahern. Lectura fácil para un trayecto de avión… 🙂