Este texto es parte de un diario de viaje que empieza aquí.
Lunes 8
El centro de Glasgow es cuadriculado, con grupos de casas de dos o tres alturas; el último piso una buhardilla; ventanas grandes; un nivel más por debajo de la calle; un pequeño canal que los separa de la acera, como una antigua fortaleza; y una escalera-puente para acceder a la puerta de entrada. Laberintos interiores que dividen el espacio en 4 o 5 apartamentos independientes. Chimeneas y antenas en los tejados. En la parte de atrás, los contenedores de basura y las escaleras de incendios. Vapor de las tuberías. No hay balcones ni ropa tendida. Calles sin coches, centros comerciales, cadenas de cafeterías y de comida rápida. Una barberia. Una tienda de telefonía móvil. Un Tesco. Un Starbucks. Un Sainsbury’s.
A ratos pendientes que suben, y a ratos pendientes que bajan, siempre hacia el norte. En el sur el río Clyde. Oscuro, muy oscuro, como el agua de un cenicero, con gaviotas sobre las plataformas de hierro. Al oeste el West End: calles menos rectas, mansiones, columnas en algunas entradas, algunas colinas asfaltadas, un parque alrededor del río Kelvin, como un bosque con puentes de metal. Floristerías, librerías, cafeterías, pubs y restaurantes italianos.
Trafico tranquilo. Gente tranquila. Silencio. Cae un poco de granizo. Llueve. Sale el sol. Hace frío. El cielo está muy limpio y es azul.
Empire Bar
Encuentro un pub debajo de los railes del tren: el Empire Bar. El exterior está pintado de rojo y a través de los ventanales puedo ver viejos bebiendo solos en la barra. Son las 11 de la mañana.
Dentro, otros viejos bebiendo cerveza sin levantar la mirada del periódico. Hay una sala grande con mesas. Tres viejos más sentados uno al lado del otro, con sus cervezas en la mano. Miran la televisión en la pared donde emiten vídeos musicales. Uno de Phil Collins.
Me siento en la barra. Me quito el gorro, los guantes y la bufanda. El barman me saluda con unos gruñidos que no logro entender bien, y pido una Lager local, “Lager Local, please, small”, gruñido que interpreto como “¿half pint?”, “yes, half”. Gruñe algo un par de veces, que tras concentrarme mucho, MUCHO, entiendo que son las preguntas de donde vengo y a donde voy. Es un tío grandullón, que me habla con una voz muy fuerte apoyando cada brazo estirado a un lado de la barra. Hay otro barman, que podría ser su padre, con un tatuaje de marinero en el brazo derecho. Entra alguien más, se sienta a mi lado, sin decir nada le sirven una cerveza. El del tatoo marinero gruñe con él. No entiendo nada, solo el fucking que suena entre gruñidos: “fucking gruñido, fucking fucking, gruñido, ¿gruñido?”.
El nuevo me mira a mi, me dice su nombre y me estira una manaza que es como las dos mías juntas. “Alex”, digo, “gruñido”, responde. Parece que pregunta algo que no entiendo, digo no, vuelve a preguntar lo mismo, digo yes, vuelve a preguntar otra vez, sonrío, doy un trago a mi cerveza, miro al frente. En la tele, un vídeo Stivie Wonder. Los viejos ya se han tomado media cerveza. Son las 11 y 5.
Me veo en el espejo de enfrente, donde están las botellas de destilados con dosificador. Sentado así no tengo cuello y parezco más cabezón. Pienso que tengo el pelo muy largo siendo cuellicorto. Miro las puntas. Están abiertas. Suena “The Never Ending Story”.
Entra alguien nuevo, se acerca a la barra y el de los tatoos, sin preguntar, le sirve un whisky de una de las botella con medidor y una cerveza grande. Son las 11 y 10. De la mañana.
Me acabo mi media pinta Lager, casi una clara con limón. Me pongo la bufanda, los guantes y el gorro. Me levanto y recupero el cuello. El de mi lado se despide con un apretón de sus dos manos y gruñe algo que interpreto como un “un gusto”. “Un gusto”, gruño yo.
Al salir pienso que cuando termine el viaje tengo que ir a la peluquería.
Las historias
Yo no vivo en el pasado, el pasado vive en mi. Yo no hago nada, no me siento a recordar, no busco en lo más profundo del basurero de mi memoria para encontrar cualquier cosa que contar. Me gusta viajar y me gusta caminar porque cuando viajo y camino las historias vienen a mi, sin hacer absolutamente nada. Paseo por una calle, me recuerda a algo que he visto antes, el olor, el sonido, el color, y de pronto empiezan a aparecer imágenes a mi alrededor, me transporto a aquellos momentos y empiezo a revivirlos.
Aparecen como fantasmas los personajes y me acompañan en mi caminar. Puedo escuchar sus voces diciendo lo mismo que me dijeron entonces y puedo verme a mi, desde fuera, contestado, y sintiendo lo mismo que sentía. Sigo caminando, en un mundo nuevo mezcla del que estoy pisando y el que estoy recordando. Escucho sus voces, y me río, y me emociono de volver a estar allí, con ellos. Me pongo triste, por echar de menos a los que ya no están.
Luego despierto, cuando los fantasmas ya se han ido, y vuelvo a las calles del presente. Me siento feliz porque por unos minutos he estado ahí, cerca de los que ya se fueron; cerca de mis padres jóvenes; de mis hermanos pequeños; de mi yo infantil e ingenuo que no sabía nada pero se moría de ganas de saberlo todo; de los lugares que se quemaron, a los que nunca regresé pero sigo soñando. Miro a mi alrededor, y descubro que no estoy allí, mil años atrás, sino aquí, en el ahora de Glasgow, Lima o Buenos Aires, Jaipur y Canadá. Pero por unos minutos he regresado, he vuelto a sentir la luz en mi cara, he vuelto a oler las calles. He vuelto a emocionarme con sus farolas. He vuelto a sentir su piel en mis manos.
Yo no vivo en el pasado, el pasado vive en mi, como capas de tiempo sobre otras capas de tiempo. Caras superpuestas sobre otras caras nuevas. Los que ya no están y los que envejecieron. Los que se quedaron y los que siguen creciendo. Todos viven conmigo y yo vivo con ellos.
Tiempo
No me gustan los relojes porque no soporto la medida del tiempo. No quiero saber cuanto falta ni cuanto queda. No quiero saber cuando empieza ni cuando acaba. Nunca me gustó saber que nada más llegar, te ibas a acabar marchando. Y yo siempre me marché, sabiendo que te estabas quedando.
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