(sábado 2 de agosto – Udaipur)
Misticismo
La conversación debió ser algo así: estaban en la sala de ensayo preparando las nuevas canciones para el que va a ser su tercer disco de estudio, que se va a llamar «El espíritu del vino» y que finalmente saldrá en 1993, cuando Juan, el guitarrista, soltando el porro, dice:
-Oye, Quique, una cosita sobre las letras.
-¡Que no me llames Quique, que me llames Bunbury, copón! ¿cuantas veces tengo que decírtelo?
Y Valdivia, respirando hondo, y contando hasta tres lentamente, continúa:
-Vaalee, Buuunbury. Una cosita sobre las letras. ¿Te va a durar mucho el rollo este del misticismo y el simbolismo, y los lagos de Pókara y toda esa basura que se te ha metido en la cabeza desde la India? Porque a mi ya me cargabas con los textos de Benedetti, pero es que ahora esto de los dibujitos, el sitar, tanto colorín en la portada y el dorado del libreto, no sé, no lo veo muy rockandroll y a mi lo que me gusta es lo de los punteaditos y los arpegios, y el ruido sin mucha parafernalia. Vamos, que si tienes previsto que se te pase pronto el tema o vas a seguir sin comer carne y hablando de espiritualidad y sobre la decadencia de occidente por mucho tiempo. No sé, solo pregunto.
Y este fue el principio del final.
Beatles
Cuando los Beatles en 1968 fueron a pasar una temporada a Rishikesh para asistir a un curso de meditación en el ashram del Maharishi Mahesh Yogi, no fueron los cuatro solos con lo puesto, una libreta y un boli. No. Fueron con sus mujeres, sus novias, sus amantes, sus asistentes, sus estilistas, sus maquilladores, sus managers, sus relaciones públicas, sus fotógrafos, sus cocineros, y doscientos o trescientos periodistas que iban a cubrir la noticia.
Ya me dirás tú que clase de retiro es ese. Mejor que le hubieran pagado un vuelo a Maharishi y le hubieran comprado una casa en las afueras de Liverpool. Se hubieran librado de pisar una mierda de vaca y les hubiera salido más barato.
Cabeza
Llama al cuñado de tu padre, ese al que no soporta nadie en las Navidades, el que está casado con la hermana de tu madre, y pídele que te deje ver su coche. Ese que tiene hace 25 años y que limpia cada domingo en la puerta del edificio mientras otros vecinos salen a pasear el perro en chándal, y en el cuenta kilómetros no marca más de cincuenta mil kilómetros. Pide, por favor, que te deje ir a verlo. Quítale la funda gris que lo cubre, esa donde, en la parte trasera, tiene escrito en letras y números grandes la matrícula. Luego entra dentro e ignora el Garfield con ventosas pegado a la ventanilla trasera, un capricho de tu tía, que se lo vio a una amiga y le hizo gracia, y también ignora las fotos de tus primos en el salpicadero, de cuando eran niños, y las cintas del Manolo Escobar y Rocio Jurado. Mira en la parte de atrás, en la bandeja del maletero, y junto a la caja de clínex, cubierta con una funda de ganchillo de la abuela, lo verás: un perrito de plástico con un acabado que simula pelo. Dale un golpecito a la cabeza y fíjate como se mueve, de un lado a otro, haciendo círculos.
Ese movimiento, el del perrito en la bandeja de la parte de atrás del coche de tu cuñado, es exactamente el movimiento que hacen los indios para decir, sí, no, puede, estoy de acuerdo, es lo que hay, me parece bien, sácale una foto a tu puta madre.
No intentes hacerlo, te adelanto que no te va a salir. Al igual que les falta el gen que les permite beber con dignidad, también les falta alguna vértebra. Según parece han encontrado restos arqueológicos que demuestran que esta tara ya existía hace más de dos mil años.
Udaipur
Al llegar a la estación ya se nota que este lugar es diferente. Está limpio. No hay caca. El cielo es azul. El agua del lago está limpia. No hay bochorno. No es India, es Marina d’Or, ciudad de vacaciones, con hoteles, restaurantes, centros de ayurveda, yoga, meditación y agencias de viaje. Que a gusto se está.
Ya se está acabando el viaje.
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