Este texto es parte de un diario de viaje que empieza aquí.
Jueves 28 de junio del 2018
Hoy creo que me he levantado cruzado. He despertado con ese dolor de barriga premonitorio de que mi cabeza está fuera de sincronía. No encuentro un motivo. Un gesto atormentado. En la cama, antes de dormir, miré un episodio de la nueva temporada de Westworld. Me vuelve loco. Puede ser que mi cabeza se quedara colgado de algún hilo filosófico sobre qué es la realidad y qué es la ficción, perdido en un algoritmo lo suficientemente inteligente como para pasar el test de Turing.
No sé, algo no funciona bien hoy. A ver cómo se desarrolla el día.
La rutina de correr es casi una necesidad. El deporte y el chapuzón en el mar despiertan los diferentes motores del cuerpo y me despejan. Hemos ampliado la distancia que recorremos y ahora llegamos al final de la playa hacia la derecha y regresamos al final de puerto a la izquierda. Nos bañamos en el rompeolas. Caminamos un poco hacia el interior del pueblo y nos sentamos en un bar que hasta ahora no habíamos visitado. Hoy abandonamos nuestro café en el Casino.
Hablamos de chicas jóvenes y de chicas de nuestra edad, de la carga que arrastramos con el paso del tiempo y de que, a veces, tenemos que pagar la deuda que otros dejaron. Y de que otros pagarán nuestras facturas. Me viene a la memoria un relato que improvisé en un programa de radio y que hablaba de la edad. Nunca lo he escrito y se lo cuento a Lucas de nuevo.
Lo publiqué un mes más tarde en el blog con el título «La edad de Kai».
Son las siete y media. Por las ventanas y las puertas abiertas del balcón entra el sonido de los rayos. El cielo está encapotado y el mar se ve en calma. Se prepara una tormenta que no acaba de estallar. Queríamos subir a la terraza a grabar unos vídeos, pero nos da miedo que la lluvia empiece a caer y se nos estropeen todos los aparatos. Hace un rato hemos ido a darnos un baño. El ambiente de la casa se estaba entristeciendo y necesitábamos un cambio de escenario. Era un momento «Luis Miguel», pero Lucas ya ha visto todos los episodios.
Los pájaros silban o cantan o gritan, un sonido que no sé definir, entre melodía y ruido. Sigue sin llover, pero la amenaza es constante. La luz se está yendo así que la actividad del día se acaba. Teníamos el presentimiento de que lo que grabáramos hoy iba a ser diferente. El mito de que lo que estamos por hacer va a superar lo que hicimos anteriormente, para descubrir, una vez está realizado, que lo anterior era mucho mejor.
Diez minutos para las ocho. Llueve. Al menos ha valido la pena. Es hermoso ver la lluvia caer en el mar. Quizás fuera esa lluvia que se estaba preparando la que estaba cortocircuitando mi cabeza. Ahora parece que todo está en calma. Dentro y fuera.
Hemos colgado en Internet el vídeo de “Besos” a la hora que estaba anunciado. He terminado de escribir el cuento de “La Edad”. Me ha llegado un email del trabajo con una queja, pero mantengo la cabeza aquí y no dejo que me lleve de vuelta a Barcelona y al mundo real. Hoy quiero todo el día para mí.
El día sido un día cambiante y extraño. Quiero irme a la cama a ver otro episodio de “Westworld” y a olvidarme de todo lo que esté más allá de estas cuatro paredes exteriores y varios muros interiores separados por marcos con puertas y algunas ventanas. Quizás esta vez Turing me deje dormir en calma. Son las once de la noche.
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