Este texto es parte de un diario de viaje que empieza aquí.
Jueves 21 de junio del 2018
Cierro los ojos y me duermo.
Me tumbo en la cama. He pensado en Lorena y en su embarazo. Me hace feliz que lo comparta conmigo. No puedo recordar nada de mi pasado sin ella alrededor. Siempre está presente en los relatos que hablan de “antes”. Quería que Lorena ocupara un lugar protagonista, la única con nombre propio. Quererle desde otro lugar que no suele estar tipificado en los manuales de las relaciones. Siempre vigilé no escribir algo que le pudiera molestar, que el personaje narrador no causara dolor con las situaciones que narraba. Ahora, por fin, me siento libre de contar cualquier cosa y de ampliar el número de mis personajes. Las Emes, las Jotas y las As fueron siempre sombras proyectadas en una pared, una forma no definida, conceptos abstractos. Nunca quise que Matilde, Jessica o Angi fueran nombradas en mis relatos de “ahora”. No directamente. Creo que nunca antes les había convertido en algo real. Quizás ahora los fantasmas ya pueden tener su propio nombre.
Son las 12 y media de la noche. Lucas se ha ido a la cama a mirar «Wild Wild Country». «Tienes que ver esto», le he dicho, «no te lo vas a creer». Yo sigo en el sofá. La iluminación del salón ya es de un hogar. Los días son largos y los aprovechamos. Hoy, aunque Lucas no se haya dado cuenta, ya no hemos hablado tanto de Ella. La imaginamos como un barco pirata ardiendo y hundiéndose en el mar y él saltando en el puerto de Blanes mientras Ella con una taza de café va achicando el agua que no deja de entrar por los múltiples agujeros del casco y se va alejando mar adentro. Le digo que por lo menos la guitarra se ha salvado del naufragio y está en tierra firme. Es de lo poco que seguramente quiera conservar.
¿Cómo debe de ser un día en la vida de Maradona?
Argentina ha perdido por 3 goles a cero frente a Croacia. Está casi fuera del mundial y a mi me da bastante igual.
Hemos salido a cenar y dar un paseo después de montar un par de vídeos. Es la primera vez que salimos de casa por la noche. El pueblo está tranquilo, nos saluda la gente en los bares. Cenamos en un chino unos platos japoneses: yokishova, giojas y tempura de gambas. Bebemos vino tinto. Sale muy barato y la china nos parece guapa. Quizás sean japoneses. No todos los restaurantes de comida japonesa van a ser regentados por chinos. Después nos tomamos un helado sentados en el paseo de espaldas a la playa. Regresamos despacito, al mismo ritmo que caminan las madres al lado de sus hijas adolescentes con toda la atención puesta en la pantalla del teléfono. Así de lentos y torpes caminamos.
Sabina está en la cama con una depresión por no poder seguir siendo Sabina. En el concierto de Madrid en mitad de interpretación de “Y sin embargo” dejó de cantar, se levantó con la guitarra, se la dio a un asistente y se fue directo a casa a meterse en la cama y no volver a levantarse. En la prensa dicen que sufre una infección vírica en la garganta que le causa afonía y ha suspendido los próximos conciertos. Yo pienso que es otra cosa: no poder vivir como vivía es sentirse muerto y, por mucho que haya hecho un disco nuevo donde habla de la vejez con aceptación, tener el motor estropeado no le sienta nada bien. Las estrellas del rock no deberían llegar a ancianos.
Al atardecer, sobre las ocho, volvemos a subir a la terraza. Grabamos “Besos”, “Mi abuelo José”, “Paciencia” y “El secreto”. He mejorado la iluminación y he aprendido a sincronizar más rápidamente la pista de audio con el vídeo. Al grabar grito «Un, Dos, Tres» y doy una palmada o un grito. Luego en el editor las ondas del sonido me sirven de marca.
Hemos pensado que podríamos publicar en el canal de Youtube cada semana uno de estos vídeos. Si llegamos a montar doce canciones podrían publicarse durante el resto del verano, tres meses. Hasta ahora no sabíamos porqué hacíamos todo esto, era solo para mantener la cabeza de Lucas ocupada en algo. Le vamos a llamar «A la intemperie», que es como se graban los vídeos: en la calle y desprotegidos de la luz, el sonido y el viento. Todo encaja.
Intemperie es un sustantivo femenino que designa al ambiente atmosférico, sus oscilaciones e inclemencias, y la forma en que afecta a las personas, los lugares y las cosas que se encuentran sin protección.
Diccionario de Dudas
Sale Lucas del cuarto y tomamos un piscolabis: un café, algo de queso, un dulce. Él toca sus canciones, yo le leo mi último cuento. Escuchamos música folk de fondo.
He terminado el relato de “Conchita” y me he sentido contento, con ganas de volver a esos relatos sin mensaje pero con buenos recuerdos. Ya no quiero escribir lo que escribía. Me cansé de los mensajes secretos, de los guiños ocultos y de la constante sensación de pérdida. En este relato vuelve a haber más de lo mismo, pero creo que hay menos tristeza. Me hace feliz recordar y agradezco haber pasado por todo lo malo para poder estar tranquilo ahora. Lo escribo pensando en aquellos días en los que era yo el que necesitaba a alguien cerca, simplemente estando a mi lado, al igual que yo estoy ahora cerca de Lucas, solamente para hacerle compañía y llenar el silencio y la ausencia.
Después de comer llega el tiempo libre. Lucas se mete en su cuarto a tocar y yo me siento a escribir.
Al comer la tortilla me he acordado mucho de mi madre: si veíamos algo que nos gustaba al pasar por un bar, al llegar a casa nos lo cocinaba. Siempre nos pareció la mejor comida del mundo. Nunca nos preocupó como debía de saber el plato original, el del bar. Nos bastaba con que a la vista pareciera lo mismo. El bocadillo de Frankfurt que nos preparaba para después de las clases de piscina es el mejor Frankfurt que nunca he comido en mi vida.
Hemos regresado a casa por el Passeig de Dintre, que es paralela a la playa y recorre una segunda línea de edificios frente al mar, dentro del pueblo. Hay tiendas de ropa, comercios varios y un mercado callejero de frutas y verduras. En una terraza de un bar alguien come un pincho de tortilla. Me han entrado ganas, así que al llegar a casa me he puesto a cocinar una.
Corremos por el mismo camino de extremo a extremo del puerto y nos volvemos a bañar en el mismo trozo de mar. Los mismos jubilados repitiendo los mismos pasos de cada día. El mismo anciano en su silla de ruedas a motor. El mismo barco de todas las mañanas va soltando una boyas amarillas para marcar los límites de la playa. Un cartel informa que hay que pagar el aparcamiento del quince de junio al quince de septiembre. Estamos a veintiuno, así que ya debemos de estar en la temporada alta. Un grupo de centenares de niños de entre seis y diez años (ese es mi margen de definición) juegan en la orilla y varios adultos los vigilan. Quizás no sean cientos, pero lo parecen.
Cuando Lucas se levanta son cerca de las diez.
El plan de hoy es repetir la misma rutina de ayer: algo de deporte; un café; y luego a trabajar. Hoy tengo la intención de centrarme en mis cuentos. Se me han ido las ganas de hacer nada de música. Al escuchar las canciones de Lucas me siento sin la capacidad de contar nada con mi guitarra.
He desayunado yogur con muesli y he terminado de editar los dos vídeos que me faltaban de ayer: “Ojos de Farol” y “Cucumelo”. Son dos canciones nuevas.
Lucas escribió «Ojos» nada más llegar a Blanes, después de una discusión con la novia, una más de las que tenían cada día. En ella desea que terminen las peleas y que vuelvan a ser amigos. «Cucumelo» es como se llama en Argentina a un hongo alucinógeno. Y «Cucumelo» es la chica que va y viene y envenena, sin saber si para bien o para mal.
Ahora veo que en los vídeos la luz se va y viene y oscurece la imagen de una manera aleatoria y fea. Son las nubes. Atardecía, se encendían algunas luces al fondo. Ahora que lo pienso, fue ayer pero parece que pasó hace algunos días.
Me he levantado de nuevo sin despertador. Son las ocho y media.
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