Federico Moccia, pronunciado en castellano como «Mocha«, tuvo que esperar 12 años para que su primera novela, «Tre Metri Sopra il Cielo (Tres metros sobre el cielo)«, escrita en el 1992, se convirtiera en un éxito de ventas en el 2004. La publicación un par de años después de la segunda parte, «Ho Voglia di Te (Tengo ganas de ti)«, lo catapultó al cielo de los grandes escritores y lo confirmó como una de las letras más importantes y con más proyección de Italia.
El Sr. Moccia (lease Mocha) se vio de la noche a la mañana firmando contratos para la adaptación al cine de sus novelas, y teniendo que huir de las librerías tras la firma de ejemplares escoltado por personal de seguridad para que la horda de adolescentes enloquecidas no saltaran sobre él y lo devoraran vivo entre ejemplares de “La Biblia” y «El Señor de los Anillos”.
Al mismo tiempo el Sr. Moccia (recuerden: Mocha) fue consciente de la importancia de su trabajo, que no solo le había convertido en un hombre rico y famoso, sino que le había elevado al status de semidiós para ciento de miles de niñas -casi mujeres no nos engañemos, con esos ojos inocentes pero al mismo tiempo llenos de secretos-. Se había convertido en la voz que entendía perfectamente sus complejos sentimientos y la incomprensión del alrededor. Y, como todo gran poder, suponía una gran responsabilidad.
Sus palabras ejercían tal influencia en el sector de las menores -menores pero muy crecidas, no lo olvidemos, que hoy se desarrollan antes-, que logró que en apenas un par de años no hubiera ni un solo puente cruzando ni un solo río en el que no apareciera colgado un candado con el nombre de algún desgraciado. Un gesto de amor en una escena de «Ho Voglia di Te (Tengo ganas de ti)» fue suficiente para que todos los niños corrieran a estropear los más de 2.000 años de historia del Puente Milvio en Roma y enterrarlo en cerrojos sin llave.
Bajo esta responsabilidad, la de tener que aceptarse como un semidiós poderoso, al que escuchan y siguen miles de millones de semi-mujeres -pero no nos engañemos, prácticamente mujeres, a las que le falta un simple hervor-, fue cuando Moccia (Mocha, eso es), a la edad de 45 años, CUARENTAYCINCO, 4 y 5, presentó su nueva novela: «Scusa ma Ti Chiamo Amore (Perdona que si te llamo amor)«.
Niki es una joven madura y responsable de 17 años, DIECISIETE, 10 y 7, que cursa su último año de secundaria, SECUNDARIA. Alessandro (Alex) es un exitoso publicista, atractivo, inteligente y brillante, de 37 años, TRIENTAYSIETE, 3 y 7, a
quien acaba de dejar su novia de toda la vida, a la que había propuesto en matrimonio para lograr una estabilidad emocional definitiva, y que ella, sin embargo, rechaza. Incapaz de asumir el golpe, parece que su idílica vida comienza a desmoronarse y es precisamente en ese momento cuando irrumpe en su camino, sin previo aviso y como un pequeño vendaval desastroso, Niki, que no solo consigue seducir -sí, ella le seduce- y enamorar a Alex, sino dar un giro total a su vida. A pesar de los 20 años -VEINTE- de diferencia que hay entre ambos y del abismo generacional que los separa, Niki y Alessandro se enamorarán locamente y vivirán una apasionada historia de amor en contra de todas las convenciones y prejuicios sociales.
Aplaudamos la genialidad del maestro, el gurú, la voz que a finales de la década del nuevo milenio está moldeando el subconsciente de toda una generación de niñas de 17 años, o menos, todavía en el instituto, y que adoctrina con su escritura enviando un mensaje de normalidad, de libertad, de que toda clase de amor está permitido, y al mismo tiempo enseña a los padres que todo está bien, que no hay nada anormal en que sus niñas, todavía memorizando las capitales de provincia y aprendiendo ecuaciones de primer grado -pero muy inteligentes y maduras, que los colegios de ahora las preparan mejor-, se sientan atraídas, localmente, de un señor maduro, pero inteligente y brillante, de éxito en su trabajo, claramente una referencia al propio autor, el Sr. Federico. BRAVO.
El libro, un evangelio, está compuesto por 125 capítulos, CIENTOVEINTICINCO, 100, 20 y 5, escritos con un estilo literario complejo y rico, cercano al utilizado en ”El perfume. Historia de un asesino” por su elaborado y exquisito uso de la metáfora para hablar de la pasión y el deseo, y al que ya nos había acostumbrado en sus anteriores títulos.
Leamos, por ejemplo, el capítulo 58, en donde se desarrolla la acción que da título al libro:
Capítulo 58:
[..] Más tarde. Aún más tarde. Niki se da la vuelta y se dispone a salir de la cama. Pero se oye un crujido. Alessandro se despierta.
—Eh… ¿adónde vas?
—Son las dos. Les dije a mis padres que no volvería tarde. Esperemos que no estén despiertos. Esta vez te has quedado dormido, ¿eh? No lo puedes negar, amor…
—¿Qué has dicho?
—Oye, no fastidies.
Niki empieza a recoger su ropa, un poco azorada.
—No, no, espera, espera… —Alessandro se sienta en la cama, con las piernas cruzadas, cubiertas por las sábanas—. Repite la última palabra…
Niki vuelve a dejarlo caer todo al suelo y se sube a la cama. Se pone en jarras, de pie, con las piernas abiertas, y lo mira desde arriba.
—Lo siento. Ya está decidido. Lo has oído bien. Perdona, pero te llamo amor.
Aplaudamos la maestría de Moccia (Moooocha) que convierte en víctima al señor mayor, Alex, con un virtuoso juego de palabras, casi mágico, en el que la niña, Niki, convertida en depredador, llega a pedir disculpas por estar enamorada de él y llamarle amor. A, eme, o, erre. AMOR.
Podríamos pasar horas analizando cada una de las ideas, las estructuras y el meta-lenguaje que dan forma a la historia, pero harían falta años de estudio para apenas rozar la superficie de un texto que contiene miles de capas y mensajes encriptados.
Nos vamos a quedar aquí, simplemente dando las gracias al Sr. Federico Moccia («Mocha«, imposible no saberlo a estas alturas), por su labor educativa y esperando que su mensaje cale muy hondo, pero mucho mucho, en la mente de las adolescentes desorientadas.
Os dejamos con el último capítulo del libro. Poesía en estado puro.
Capítulo 125
—Éste es el dormitorio… con la ventana que da al mar. Esto es un pequeño estudio y aquí, subiendo esta escalera, está la linterna.
Suben a toda prisa, salen al exterior, se asoman a la terraza. Están muy alto, más alto que todo lo demás. Una brisa cálida, ligera, acaricia los cabellos de Niki. Alessandro la mira mientras ella otea más allá, hacia el mar abierto. La nube aquella, que antes estaba tan lejos, ahora parece cercana. Y la gaviota vuelve a pasar otra vez. Y emite un ruidito. De algún modo, los está saludando, no como el señor Winspeare. Y sigue volando, planeando un poco más allá, en busca de alguna corriente fácil. Más lejos, sobre el horizonte, asoma un último rayo de sol. Cálido todavía, rojo, encendido. Pero se está yendo. Entonces Niki cierra los ojos. Suelta un largo suspiro. Larguísimo. Y siente el mar, el viento, el ruido de las olas, y ese faro con el que tanto había soñado… Alessandro se da cuenta. La abraza despacio por detrás. Niki se abandona. Y apoya la cabeza en su hombro.
—Alex…
—Sí.
—Prométemelo.
—¿El qué?
—Lo que estoy pensando.
Alessandro se inclina hacia delante. Niki tiene los ojos cerrados. Pero sonríe. Sabe que él la está mirando.
Entonces Alessandro la abraza con más fuerza. Y sonríe él también.
—Sí, te lo prometo… Amor
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