A ambos lados del puente Gálata y del Atatürk, donde los barcos no suelen circular, se amontonan, uno al lado del otro, los miles de pescadores que día y noche cuelgan sus cañas en las barandillas, sobre un soporte de madera, esperando llenar el cubo vacío que espera a sus pies.
No importa si llueve o hay vendaval, si hay luz o hay oscuridad, si frío o calor. En ambas orillas del Bósforo, entre Asia y Europa, entre occidente y oriente, a ambas caras del Cuerno de Oro, con chubasqueros, con sombreros para el sol, entre el aceite y la suciedad, lanzan el sedal con trocitos de gambas, de pez, de pollo o de pan.
Cuando llegue la noche encenderán hogueras y linternas, y algunos volverán a casa a cenar lo recogido, otros los venderán en el puerto de los ferrys. Otros simplemente estarán satisfechos por haber logrado capturar algún pez, por ser ellos entre el millón de buscadores de tesoros el que logró pescar su saquito de plata. La sencillez de las cosas pequeñas. La vuelta al origen.
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