Camino, camino, camino, camino. Me duelen los pies por el calor y porque estás zapatillas están reventadas ya. Me siento. Tomo un café y tomo un pastel de queso. Veo el tranvía y recuerdo mi billete de 1 día para todos los tranvías.
Al regresar al hostel ya había amanecido, y el cielo estaba azul y mi ropa olía a humo. A las 9, duchado, y con la misma rota oliendo a cigarrillo, desayunaba con Néstor. Hace poco más de una semana estaba tan agotado que apenas podía levantarme de la cama, y ahora, con un simple cambio de escenario, unos días en el campo, y el movimiento del tren, no necesito ni dormir. Ahora entiendo porque le llaman vacaciones.