Los únicos vídeos que me llegan por Whatsapp y que sigo viendo son los de los negros bailando con ataúdes. El resto: los de las recetas de pan y pasteles; los de ejercicios para entrenar dentro de casa mientras dure la cuarentena; los de discursos recargados de miel y positivismo de desconocidos que me quieren explicar que todo esto es buenísimo para la tierra y para el alma; todos esos vídeos, todos, los lanzo directamente a la basura.

La peonza se tuneaba como los niños personalizamos cualquier objeto que nos perteneciera para diferenciarnos del resto. Las nuestras estaban pintadas con rotuladores de colores y les habíamos clavado chinchetas para darle un estilo apocalíptico de coche de Mad Max. Amábamos nuestras peonzas como si fueran seres vivos; las mirábamos rodar con los mismos ojos enamorados del que ve a una novia danzar.