Adiós Edimburgo

Este texto es parte de un diario de viaje que empieza aquí.


Domingo 7

Me gusta este sol que no calienta pero lo llena todo de luz. No da color a la piel, pero tengo que cerrar los ojos si lo miro de frente. La ciudad parecía un laberinto de escalones en escaleras con nombre, pero resultó ser más fácil de lo que pensaba. No volví a oler a patatas chips de vinagre y cebolla.

Paso otra vez por los mismo lugares y veo exactamente al mismo indigente sentado en el mismo suelo, y le doy exactamente las mismas monedas. El restaurante que me gustó ayer, me sigue gustando hoy, y sigue habiendo un mismo grupo de chicas con una corona roja sentadas en la misma mesa. Y las velas ardiendo a la misma altura. Por un instante pienso si seré Bill Murrai repitiendo siempre el día de la marmota. Este lugar podría ser perfecto para vivir un día eterno. Acepto el trato si no envejezco nunca y vivo eternamente. ¿Quien no quiere pulsar pausa y quedarse parado varios años y repetir una y otra vez el mismo día hasta lograr la excelencia, la perfección, lograr 24 horas perfectas, cada segundo el segundo preciso, y cada movimiento el movimiento necesario? ¿Quién no quiere vivir eternamente aunque sea en un único día y en un único escenario? Yo quiero.

Podría quedarme aquí. Hay algo en esta ciudad que me calma, que me doma, que me pone en mi lugar. Como si el mundo fuera más pequeño y no hiciera falta nada más. Sentarme en una ventana. Tocar la guitarra y que alguien me acompañe al violín. Una morena de pelo largo escuchando mi melodía. De pronto descubrir la voz y ser capaz de cantar mis propias canciones. Tendría que ser así.

Me despido de Edimburgo, dando una última vuelta por las pocas calles que he caminado estos días. Vuelve a hacer ese sol, el que no quema pero me obliga a cerrar los ojos.

Gris

En cada viaje siempre hay un día tonto, un día de movimiento que no llega a ninguna parte, un día gris, un día en el que no se quiere salir a la calle. Un día en el que los fantasmas se te cuelan por las rendijas. Al salir de la estación de Glasgow y caminar por el centro hacia mi hostal, las calles me llenan de melancolía. Será que llueve un poco o que me arrepiento de haberme ido de Edimburgo.

The Lebowskis

Estoy en el West End. Mi hostel es una casa antigua de varias plantas con un gran salón de sofás granates, al lado de un parque que rodea al río Kelvin. Es de noche. He salido a la calle, buscando un local donde más tarde habrá música en directo. Tenía muchas ganas, de verdad que las tenía. Y estaba bien. De verdad que estaba bien. Pero la calle es fría, está mojada, la lluvia ya ha pasado, se ha despejado el cielo y hay una luna que fue llena hace apenas un par de días. Se me han empezado a enfriar los pies mojados. Siempre me olvido que debo usar las botas. He entrado en el parque a oscuras. Olía bien, te lo juro que olía bien. Me he cruzado con dos o tres personas que volvían a casa o paseaban, no sé. He salido del parque por una reja abierta y no había nadie por las calles. Parecía un polígono industrial un domingo por la tarde, pero sin padres enseñando a conducir a sus hijos ni bolsas de plástico volando por el aire. He llegado a la Argyle St. y he encontrado el pub donde habrá música en vivo esta noche. No me apetece entrar todavía. La calle me ha recordado a Brooklyn, aquella calle cerca de Williamsbrug Bridge donde estuvimos con Sarah tomando cerveza, aquel que las chicas habían descubierto el día anterior. Te lo juro, era igual que aquella calle. He entrado en un TESCO a comprar chocolate y una manzana. Me gusta las pink lady de 60p. He pasado por algunos bares con gente bebiendo. He mirado por las ventanas empañadas. Un restaurante de tapas españolas, un Fish&Chips, un italiano, otro de comida escocesa. Podría entrar en uno de ellos, pero no me apetece. De verdad, no me apetece. Una chica joven cruza un semáforo con un par de bolsas de súper. Los coches pasan con sus luces y es todo lo que puedo ver, unos pocos metros alrededor. Hay solo un par de farolas en la toda calle que le dan a la noche una luz irreal. ¿Te he dicho ya que se parece a Williamsbrug? La calle parece que termina, hay un último bar: The Lebowskis. Entro. Me gusta, me siento, no hay menú sobre la mesa, nadie me atiende. No sé lo que pedir, no tengo hambre. La pink lady y el chocolate siguen en la bolsa. Tampoco tengo sed. La gente ríe. Veo que hay camareros que se acercan a las mesas. Pero no vienen a la mía. Tendría que levantarme yo a pedir algo, pero no me apetece nada. Es uno de esos días en los que prefiero ser transparente. De verdad, quiero ser transparente. Me quedo un rato ahí, sentado, en mi mesa alta con el asiento alto, al lado de la ventana alta, que también está empañada. Fuera hace frío. Alguien ríe en la mesa de atrás. Vuelvo a leer el nombre del bar escrito en la pared: The Lebowskis. En cualquier lugar del mundo en el que hubiera encontrado un bar con este nombre hubiera entrado. Tú también lo hubieras hecho, lo sabes. Al salir del bar nadie se da cuenta de que me voy. Tampoco nadie me vio entrar. Regreso al hostel por el mismo camino pero al revés. Exactamente el mismo camino. Pero al revés. El parque sigue oliendo bien.

Notas de mi bloc de notas

Hay un sofá granate libre en el salón. Ando descalzo. No debería haberme ido de Edimburgo, pienso. No tengo ganas de escribir. Mal. No tengo ganas de leer. Mal. No tengo ganas de hablar con nadie. Mal. Leo los textos breves que he escrito en mi bloc de notas. Sonrío. Leo el título de la historia del imbécil con gafas de pasta, «Ostiables«. Río. Leo «los idiotas que nada más verlos los hincharías a ostias» y me entra un ataque de risa. No puedo parar. Dejo de leer. Digo, «uf», me sueno con una servilleta. Sigo leyendo y cuando llego a «un poquito» ya estoy llorando de risa. Me siento mucho mejor. Escucho acento mexicano en unos sofás cercanos. Son dos chicos y una chica, beben cerveza, se están liando un cigarrillo. Comienzo a escribir un Bonus Track que empieza con la imagen de un gerente cerrando un restaurante. Sigo sonriendo cuando me acerco a los mejicanos y les digo «Una pregunta, ¿qué pasó finalmente con los estudiantes desaparecidos?«.

«¿Ves como puedes hacerlo solo?«, escucho de una voz que viene de dentro pero que no puedo identificar como mía. No sé que sería de mi sin estos momentos.



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