Ostiables

Este texto es parte de un diario de viaje que empieza aquí.


Existen personas adorables, de esas que al verlas dan tal ternura que solo deseas abrazarlas y apretarlas contra tu pecho como si fueran la almohada extra de la cama de 1,60 de ancho en la que sueles dormir solo. Hay gente que desprenden luz: son hermosas. Las ves y piensas: “Dios, quiero pasar el resto de mi vida a su lado”. Te imaginas un mundo mejor, más brillante con ellas cerca.

Un intangible que no se puede valorar aplicando una lista de atributos mesurables. Una esencia primigenia, como esa cara de cachorro que quieres cuidar sin importar la especie animal, seres necesarios, por los que darías la vida. Sin saber muy bien porqué: lo tienen; te atrapan; te rindes. Caes de rodillas completamente lleno de amor.

También existe su reverso: los idiotas que nada más verlos los hincharías a ostias. Antes de que abran la boca ya te imaginas dándoles un tortazo con la mano abierta en la cara, en TODA la cara. Es verlos y decir: “Que tío más ostiable, por dios, me cago en la virgen”. No sabría decir que es. Es como la belleza y lo adorable: intangible, invaluable. Los ves y el primer impulso es darles ostias hasta que te duelan las palmas de las manos.

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Es de noche (hay 8 horas de luz, de 8am a 4pm, el resto del día es noche). Estoy en un sofá estilo rococó en uno de los múltiples espacios comunitarios del hostel escuchando música en mi ordenador y pasando a limpio los textos del día. Hay una mesa gigante con 6 o 7 personas en sus portátiles. Uno juega a un vídeo juego, otro ve un vídeo de Youtube, otros trabajan. Hay una chica tumbada en un sofá mirando en la pantalla una serie de la BBC. Un tipo con el pelo largo lee un libro. A mi lado otro tipo se sienta con su ordenador y me dice “eyhowyoudoing”, le ofrezco una cookie de mi bolsa de cookies del TESCO. Más allá alguien lee las notas de una libreta grande. Hay alfombras por el suelo, lámparas, una pecera y una chimenea. Es como estar en el salón de casa pero rodeado de desconocidos.

De pronto entra el tío más ostiable que hay en todo el hostel. Lo supe nada más verlo el primer día. Algo en su pelo deliberadamente sucio, en sus gafas de pasta enormes que no deben estar ni graduadas, en la chaqueta azul marino del caballito, en la manera en la que dijo “Is ameeeeisin”, sin dejar duda de que era español. Con el don que tienen las personas ostiables, que no saben tener un perfil bajo, conscientes, supongo, de que hagan lo que hagan, estén quietos o se muevan, alguien les va a querer pegar. El ostiable número 1.

Habla con otro español, que no he visto antes, y que se convierte inmediatamente en el ostiable número 2. Algo en su gorro de lana gris y en la sonrisa de dientes blancos que molestan del brillo que emiten, como una luz. Tienen la genial idea de empezar a pelearse con cojines. Primero con un cojín en cada mano. Establecen unas reglas. Luego cogen otro y siguen dándose ostiazos. Obvio. Natural. Van dando saltitos por toda la sala, gritando y con un bum-bum de botas contra el suelo. Y, como no podía ser de otra manera, acaba el ostiable número 1 dándome a mi con el cojín.

Se paran. Silencio tenso. Yo muy calmado, me quito los auriculares, cierro el ordenador y miro al ostiable número 1. Pausa dramática.

-¿Podéis parar un poquito?- digo en castellano, poniendo el acento en poquito. Se puede intuir el gesto de mi mano juntando el pulgar y el índice en el gesto universal de poquito.
-Ha sido sin querer- me contesta el ostiable número 1. El ostiable número 2 ni mira-. Llevamos todo el día trabajando. Hay que desconectar.
-Ya. Pero ya no tenéis 12 años, ¿no?
-A veces va bien tener 12 años. Perdone señor.

Y se van.

Los de la mesa grande me dan las gracias y sonríen, y el del pelo largo que lee un libro me dice, en castellano también, “los españoles: siempre liándola”. Yo solo pienso: “¿Perdone señor? ¿El hijo de puta me ha llamado señor?”.

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Hay personas adorables y personas hermosas. También los hay ostiables, de los que no hay forma humana de poder evitar querer darles tortazos hasta que te duelan las palmas de las manos. Solo con verlos ya lo sabes: «a este tío habría que matarlo«.

Bonus Track

Cuando todo el mundo se ha marchado ya, los cocineros desaparecieron y los camareros acabaron de recoger todos los platos, el gerente, con el abrigo puesto sale al callejón de atrás a meter la bolsa de basura en el contenedor. Se asusta al escuchar ruido en la parte oscura. Extrañado, se acerca, para descubrir a un tipo agarrando del cuello con una mano a otro, y con la mano libre dandole tortazos con la palma abierta, en TODA la cara. Y diciendo:

-¿Señor? ¿En serio hijo de puta? ¿Señor? ¿Tengo yo cara de señor, hijo de puta?

La Hostia de este texto va con H. Se tenía que haber llamado Hostiable, pero ya es tarde…

ostia.

(Del lat. ostrĕa).

1. f. ostra.

hostia.

(Del lat. hostĭa).

1. f. Hoja redonda y delgada de pan ácimo, que se consagra en la misa y con la que se comulga.

2. f. Cosa que se ofrece en sacrificio.

3. f. vulg. malson. Golpe, trastazo, bofetada.

mala ~.

1. f. vulg. malson. Mala intención.

a toda ~.

1. loc. adv. vulg. malson. A toda velocidad.

de la ~.

1. loc. adj. vulg. malson. Muy grande o extraordinario. Se ha comprado un coche de la hostia.

hostia, u hostias.

1. interjs. vulgs. Denotan sorpresa, asombro, admiración, etc.

la ~.

1. loc. adv. vulg. malson. la leche.

ser alguien o algo la ~.

1. loc. verb. vulg. Ser extraordinario.

Real Academia Española



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