Hace algún tiempo escribí un relato en el que explicaba que había conocido la soledad a través de un hombre que lloraba porque echaba de menos a sus hijos. Fue mientras estaba ingresado en la UCI por una conmoción cerebral tras romperme la nariz, y aquél otro paciente llorara desconsoladamente. Cuando me pude levantar y acercar a su cama supe que el llanto era la pena de no ver a sus hijos, porque teníamos que estar aislados. Yo tenía 12 años, y aquella tristeza me sobrecogió y nunca pude olvidar esa sensación de soledad que se me metió dentro. La historia que conté en aquel texto terminaba ahí, con el descubrimiento del significado de la soledad y con ese recuerdo todavía presente infinitos años después. Pero hubo algo más que en el relato no conté.

Este viaje necesita un final, un final sencillo, no necesariamente un gran final dramático que nos duela porque ha terminado y todavía nosotros no hemos entendido el mensaje del todo. No tiene que ser un final en el que aguantamos la respiración y nos sudan las manos mientras el personaje de Bill Murray alcanza al personaje de Scarlett Johansson y le susurra al oído "Tengo que irme, pero no voy a dejar que eso se interponga entre nosotros, ¿vale?" y ella responda "Vale". No, no es necesario un final así, un simple final es suficiente. Un hasta pronto, volveré a buscarte, aunque no sea al oído. Una imagen del avión despegando de Catania y algunos textos superpuestos con el nombre de los actores y los técnicos, con alguna canción italiana mezclándose con el ruido de los motores.

Al llegar nos encontramos la cocina-comedor repleta de actividad y a Mamá Maugeri preparando unos 20 platos diferentes. Cuando nos sentamos y nos sirven, yo quiero decir algo, pero ella me mira, levanta un dedo y dice: "!Chisss, calla! Mientras se come no se habla".

En Agrigento hay muchas iglesias, y muchas escaleras, y muchas cuestas, y una tienda de zapatillas all-star a OCHENTA EUROS EL PAR. 80 € por unas zapatillas que en los noventa Juanan y yo comprábamos a dos pares por 20 € y parecíamos los tontos de la clase por llevarlas.

Federico Moccia, pronunciado en castellano como "Mocha", tuvo que esperar 12 años para que su primera novela, "Tre Metri Sopra il Cielo (Tres metros sobre el cielo)", escrita en el 1992, se convirtiera en un éxito de ventas en el 2004. La publicación un par de años después de la segunda parte, "Ho Voglia di Te (Tengo ganas de ti)", lo catapultó al cielo de los grandes escritores y lo confirmó como una de las letras más importantes y con más proyección de Italia.