Hoy ha sido todo más lento. Lucas estaba cansado para correr y a mi no me apetecía hacerlo solo, así que hemos caminado rápido. Los mismos ancianos con sus camisas estampadas y sus sombreros de paja conduciendo una de esas sillas de ruedas eléctricas. Hemos descubierto que son de alquiler. En las pegatinas de la parte trasera se indica la empresa y el número de teléfono. Un proveedor de vehículos de movilidad unipersonal para ancianos. Primer mundo. Hemos anotado el número, quizás podríamos alquilar un par por un día y ver hasta donde llegamos. Podríamos hacer carreras por el paseo contra el resto de los viejos.
El plan de hoy es repetir la misma rutina: algo de deporte; un café; y luego a trabajar. Hoy tengo la intención de centrarme en mis cuentos. Se me han ido las ganas de hacer nada de música. Al escuchar las canciones de Lucas me siento sin la capacidad de contar nada con mi guitarra.
Si Rajnishpuram aún existiera y estuviera aquí cerca, me iría sin dudarlo y les daría todo mi capital. No se me da nada bien estar tranquilo y tengo ganas de conectar con la tierra y la naturaleza, y si no hay más remedio, saltar de cabeza a esos cuartos llenos de piel, tetas y culos, y sumergirme en un mar de cuerpos como el que salta de un precipicio hacia el vacío y fumarme lo que sea que se fumaba esa gente tan feliz. Este puto sistema no tolera la felicidad.
¿Cuánto puede una mente desdibujar la realidad, mover líneas, modificar estructuras, cambiar formas e inventar de nuevo el escenario para volver a él una y otra vez con ojos nuevos como si todo lo anterior visto y oído no significara nada? Bucle como el símbolo matemático del infinito, una vuelta sobre sí mismo pero retorcido en el centro.
Presenté el proyecto final de carrera un verano después de perder dos años trabajando en él. Pasé un par de horas explicando a los miembros del jurado algo que no entendían, supervisado por un director que ya me había avisado en la primera reunión que él, de eso que yo quería desarrollar, no tenía ni puta idea. Después de esas dos horas, a mis 24 años y tocando los 25, era por fin libre.
Anoche al sentarme por primera vez en la silla baja de la terraza me crujieron todos los huesos. Añado a la lista de actividades del día, junto a comer sano, escribir y hacer algo de música, salir a correr. Subir y bajar cuatro pisos no se considera deporte.