Dedicado a Marcelo Herrera
por ponerme en mi lugar
Se marchó sin despedirse y quedó la soledad del marinero en un desierto sin estrella polar. Quedaron los porqués, las preguntas sin interrogantes. El no pudimos ser nosotros. La duda de saber si había sido así porque no pudo ser de otra manera. La certeza de que un final sin un adiós es un principio abierto.
Decidí guardar de ella el sonido de sus pasos arrastrando los pies en mi sueño. El abrazo que me enseñó que dormir a su lado era calmarla en la pesadilla y decirle “todo va a estar bien”. Conservé, como el que guarda arena en los bolsillos, la caricia de su cabello revuelto sobre mis piernas. No pude olvidar la envidia que le generaba mi risa porque ella solo sabía llorar.
La convertí en poema con música desafinada. En el silencio acusador de un delito sin crimen y con castigo. En huida sin huella ni rastro de escapada. En la pregunta que se pierde en un laberinto de Escher.
Me arranqué la piel, desenredé todas mis venas. Hice ovillos de músculos y tendones. Ordené sobre la alfombra todos los órganos de mi cuerpo. Congelé el cerebro y lo corté en trocitos tan minúsculos que los recuerdos se evaporaron. Vacié los pulmones de todas las moléculas de su olor para no morir en ella. Sequé sus labios de mi deseo y cegué mis ojos para que dejaran de buscarla en todos los paisajes. Al corazón le negué los latidos de sus manos.
Quedé desmembrado y descompuesto. Dejé mis huesos a la intemperie de la tormenta, de la lluvia y de las hojas de otoño. Dejé que germinaran las semillas y nacieran las flores.
Y por fin desaparecí yo también.
Sus manos perdieron mis latidos. Su baile no tuvo espectador que lo aplaudiera. Sus labios lloraron por mi deseo. Su olor no encontró aire en el que respirar. Su memoria se llenó de mi ausencia y se vació de cualquier otro recuerdo que no fuera yo.
Cada una de las piezas de mi cuerpo se levantaron en los muros de cada uno de sus futuros sin nosotros. Sus pasos perdieron el equilibrio en la alfombra tejida con hilos de tendones y músculos. Mis venas la anudaron a un presente sin un posible yo. Mi piel fue el estruendo de un tambor en sus ganas de rozarme de nuevo.
Las notas se afinaron. Su condena fue oír mis palabras en cada uno de los sonidos de su voz. El tiempo construyó las respuestas al laberinto.
Olvidé su pelo, sus pasos, su respiración en mi espalda. Vacié de playa mis bolsillos. Me susurré que todo iba a estar bien. Supe que podía haber sido de otra manera pero no quisimos que fuera. Encendí la luz, cerré los interrogantes, miré hacia la estrella más cercana. Mi risa sonó de nuevo y se secaron sus lágrimas.
Regresé a todos sus inicios e inventé las infinitas formas de encontrarnos. Y justo cuando iba a decir su nombre por primera vez le dije adiós. Porque un final sin despedida es una historia que nunca tuvo que haber comenzado.
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