Este texto es parte de un diario que empieza aquí. Si has llegado a él sin leer lo anterior, será como ver el episodio quinto de la cuarta temporada de Lost sin haber visto los episodios previos: se entenderá el capítulo, pero no la trama.
Domingo 24 de mayo
Cromos
He paseado un par de horas por la parte este de la ciudad vieja. He encontrado un mercado de segunda mando, bajo unos arcos en una plaza que no creo esté en ninguna guía turística y donde se vendían monedas y billetes viejos. También había intercambio de cromos. En la cera de enfrente, al lado de las basuras, había otro segundo mercado de venta de cualquier cosa: un destornillador viejo, un cargador viejo, unos zapatos viejo. Mostrados sobre trapos sucios. Cualquier cosa encontrada en casa para sacar algo de dinero. Desesperación más que reciclaje, pobreza más que estilo. Necesidad más que tendencia.
Congelado
Bajando por la misma acera de pronto me he encontrado con “A Brasileria”, ese café con una pantalla en el techo de cristal y hierro en la entrada. Me he transportado inmediatamente a aquel otro viaje con los chicos, en blanco y negro, en la que no teníamos dinero para tomar algo dentro.
Ahora me pregunto como encontramos este lugar y no logro recordar si fue por accidente. Andábamos sin mapa, sin guía, sin Internet. No sé como hicimos para ver todo lo que vimos y crear la imagen de Oporto que me ha acompañado hasta ahora, y todavía sigue siendo igual a la que dibujé en mi recuerdo, como si cada viaje posterior no hubiera añadido nada nuevo y la ciudad se hubiera quedado congelada en aquellos días, como lo sigue estando ahora que la camino sin prisas.
La cafetería está cerrada, así que esta vez tampoco podré tomarme nada.
Puentes
Me alejo más y llego a unos lavaderos. Regreso hacia el puente Luis I y paso al otro lado. Crucé el Duero. Quería cruzar todos los puentes de New York.
Guitarra
Estoy en el hostel, editando los textos de los días pasados. Suena música, escribo lo que he ido viendo hoy, los recuerdos. No hay nadie más, solo el chico de la recepción, que también se llama Alex. He tocado un poco la guitarra comunitaria, que la misma que usaba el tipo que no sale del hostel nunca. He parado cuando ha llegado gente. Alex le ha dicho a los nuevos que se han perdido mi concierto y me ha regalado una cerveza. Me ha gustado y me lo he creído.
Efímero
En la “Plaza Liberdade” hay un coreano en bicicleta que aparca al lado de la estatua de Pedro IV y saca una foto. En la bicicleta, cargada de alforjas, lleva las banderas de Corea y de Portugal. El tipo, totalmente equipado, está muy moreno, a pesar de ser coreano. Todo indica que ha viajado de su país hasta Oporto. Se ve muy contento, mirando alrededor, buscando algo o a alguien, pero nadie le espera. Está solo en su aventura. Aparece un turista coreano con un palito de selfie y al verle se saludan. Se toman unas fotos con el palito y el de la bici le explica al otro, con su gorrito de malla, su polo azul y sus bermudas caqui, y el puto palito en la mano, que ha venido en bicicleta desde Corea.
En unas horas el turista coreano subirá la foto al facebook y la etiquetará como “en Oporto con un desconocido compatriota que ha recorrido 10.000 Km en bicicleta”. Seguramente tendrá un par de me gusta, aunque nadie habrá leído más allá de “en Oporto con”.
Faro
Me bajo a la altura del faro donde se une el Duero y el mar. Voy en el 500, un bus que recorre todo el margen izquierdo del río. Hay viento, un viento horroroso que da vueltas y me vuelve loco y es de esas cosas que te gustaría que tuvieran cara para darle dos hostias y oídos para cagarte en su puta madre.
La gente se está bañando en un agua que está fría. Se mueven las sombrillas y las sillas y las cestas con la comida. Hay una excavadora aparcada al lado de los montículos de arena, y niños con toalla tumbados a un costado.
No se me ocurre una manera más horrible de pasar la tarde del domingo.
Breyner 85
He venido al bar Aduela donde ya estuve ayer. ¿Ayer?. Parece que hace mucho más y que ya llevo varios días aquí. He pasado tantas horas caminando que todo me resulta familiar, y tengo una sensación constante de déjà-vu. Ya no me ataca la necesidad de analizar qué me recuerda a quién. Me estoy haciendo mayor y desaparece la urgencia.
He comido una tostada de pan con sardinas y tomo una copa de vino. La gente fuera fuma, beben cerveza y vino, y comen alguna cosa también. Hay una chica sentada en una mesa sola, con una libreta sobre la mesa. Me ha parecido que antes consultaba una guía. Podría ser una «yo», viajando y observando los lugares como lo hago yo. Me mata la curiosidad. Voy a preguntarle.
-Hola. ¿Te puedo hacer una pregunta?
-Sí.
-¿Estás viajando sola?
-Sí.
-¿Y estás escribiendo un diario ahí? – y señalo la libreta sobre la mesa.
Es de Berlin y se llama Alisa y está escribiendo un diario de viaje en el que habla de lo que ve y de lo que siente. Pega los pequeños recuerdos. Le gusta hacerlo en una libreta, el gesto de escribir, la sensación del lápiz en la hoja. Antes de despedirnos me dice que por la noche va a ir a una jam session en un bar llamado “Breyner 85”.
Sincronicidad
Regreso al hotel y el tío que nunca sale sigue ahí tocando Radiohead y Coldplay. Dedica cinco minutos en liarse un cigarrillo y sale a fumarlo. Me encuentro con Néstor y Antonella, padre e hija, argentinos. He hablado con ella por la mañana, en el desayuno. Es azafata de Emirates y vive en Dubai. Néstor, el padre, sigue viviendo en Buenos Aires. Siempre quiso conocer Portugal.
Les ofrezco salir juntos a cenar a alguno de los lugares que he ido encontrando en las noches anteriores y a los que, seguro, acompañado se disfrutará mejor. “Dale«, y vamos. Los tres vestimos elegantes, como niños recién duchados un domingo por la mañana. Antonella lleva un vestido rojo-anaranjado que compró por 6 dólares en una tienda de New York. Recuerdo que yo quería quedarme dormido en el metro y despertar en el Bronx.
Hay poca gente por la calle. La mayoría de los lugares que tenía localizados del viernes y del sábado están cerrados. Hay uno que sigue abierto, pero está lleno. Se queda una mesa libre al entrar a preguntar.
Bebemos una botella de vino: dos argentinos y una incontinencia verbal juntos. Pasa la medianoche. Regresamos al hostel y nos pedimos un vino oporto (en este hostel hay de todo en la recepción). Antonella dice que aún no quiere ir a dormir. Néstor se retira. Digo, terminando mi copita: “si se tiene que salir, habrá que salir«. Y hago un gesto de resignación al dejar la copa vacía.
Antonella me da su documento y un billete. Me dice que el vestido y la campera no tienen bolsillos y que a partir de este momento depende de mi. Le digo “sígueme, que conozco un lugar”. Y nos vamos al “Breyner 85”.
Sincronicidad (sin-, del griego συν-, unión, y χρόνος, tiempo) es el término elegido por Carl Gustav Jung para aludir a «la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal». «Así pues, emplearé el concepto general de sincronicidad en el sentido especial de una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar». Para evitarse malentendidos «lo diferenciaré del término sincronismo, que constituye la mera simultaneidad de dos sucesos».
Wikipedia
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