Presenté el proyecto final de carrera un verano después de perder dos años trabajando en él. Pasé un par de horas explicando a los miembros del jurado algo que no entendían, supervisado por un director que ya me había avisado en la primera reunión que él, de eso que yo quería desarrollar, no tenía ni puta idea. Después de esas dos horas, a mis 24 años y tocando los 25, era por fin libre.