Este texto es parte de un diario de viaje que empieza aquí.
Escribo este último texto dos días más tarde de que haya sucedido. Aún tengo la piel del color rojo y algunos mechones de pelo siguen rubios por los rayos del sol. Escribo con un recuerdo muy presente, casi como el mareo que permanece varias horas después de bajar de un barco.
Mi plan del domingo era regresar a Barcelona a primera hora de la mañana y finalizar el viaje. Despedirme de todos y regresar a mi casa. Tenía que pasar por el trabajo a hacer algo urgente antes del lunes. Pero Teffy y Danila seguían en Blanes y querían que nos fuéramos a dar un baño y yo no quería estar fuera de esa historia.
Domingo 1 de julio del 2018
“Me iré después del baño”, pienso al llegar a la playa. El agua está revuelta y hay olas que te empujan a la arena o que te alejan de la playa. No hay término medio. Yo me baño en calzoncillos desde que perdí el bañador XXXXL de los chinos con los colores del Boca.
Después del chapuzón caminamos por el barrio antiguo y por nuestros lugares: el Casino donde el café de la mañana; el paseo donde corremos. Nos quedamos en el bar de la plaza de la Virgen tomando vermut y tapas. Llega Gricel con compañía. «Me quedaré un rato más y me despedido de ellos», pienso, «tampoco me va de diez minutos».
El grupo quiere ir a “La Palomera”, lugar que todavía no he visitado en las dos semanas que he pasado aquí. No he hecho turismo en Blanes y no puedo irme sin ver uno sus lugares más famosos.
Nos hacemos fotos con vistas al mar y a la roca. De nuevo somos quinceañeros esforzándonos por conservar todas esas imágenes de nuestra juventud, sabiendo sin entender, más por certeza, que todos estos veranos de adolescentes son los veranos que quedarán mitificados para siempre. A pesar de haber doblado y superado todas las edades posibles y de haber vivido tantos veranos que hay que empezar a olvidar algunos para dejar espacio para los nuevos, quiero vivir cada momento como si fuera el último de mi niñez.
“Me voy, esta vez sí”, digo después de la última cerveza en una terraza de vuelta al paseo. “Vamos a bañarnos otra vez”, responden. Y me voy con ellos.
“Vete después del partido, juega España.”. Ok, me quedo.
«Vamos a hacer una siesta, tienes que venir». Voy.
“Si te quedas un rato más te llevo a Montmeló y de ahí es más rápido en tren”, dice Grisel. Acepto, ¡cómo no!.
Cuando vamos a buscar el coche para ir a Montmeló, nos encontramos con Joan y Julieta, amigos de Barcelona. «¡Qué sorpresa!». Todos deciden irse a tomar unas cervezas más.
Me quedo quieto y los veo alejarse. El sol ya se está ocultando detrás de los edificios y en las playas solo hay sombras. Me rindo, esto no tiene fin.
Regreso al piso a buscar mi equipaje. Cargo las mochilas y las guitarras, voy a la Plaza Catalunya y me subo en el bus que lleva a la estación.
Tomé el tren de las ocho de la tarde y llegué a casa a las diez de la noche. Sin apenas tiempo de pensar que habían finalizado estas dos semanas de escritura y de conversación, de un mundo pequeño alrededor de un par de calles y de un par de escenarios cotidianos. Con el mar como constante y al ritmo de los ciclos de luz y de oscuridad, de dormir y de estar despierto, de hambre y de hartarnos de comer.
Había terminado el periodo de descanso de mi propia vida, un nuevo orden provocado por el desorden de Lucas. La necesidad de salir de mí por un breve espacio de tiempo.
Entré en casa para dejar las mochilas y las guitarras y coger el casco de la moto para salir corriendo hacia la oficina. Todas las luces estaban apagadas y había un silencio extraño. Apenas el murmullo de una de las máquinas del aire acondicionado. Una enorme sensación de soledad.
Han pasado un par de días desde que regresé.
No ha habido ni un solo instante en el que no haya estado esperando el momento de calzarme las zapatillas y salir corriendo por el puerto para luego bañarme en calzoncillos y secarme tumbado sobre la arena gruesa. Después regresar al piso y cocinar, escribir, tocar la guitarra y grabar algún vídeo.
Guardo esa sensación con las dos manos cerradas en forma de recipiente para que no se escape ni una gota de la sensación de libertad. Mientras, miro alrededor y me pregunto, una vez más, cuál de todas estas vidas es la real.
FIN
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