Conecto de nuevo con este ahora, tirando del cable a tierra de la botella de vino abierta en la mesa y los traguitos que tomo mientras soluciono los problemas. Siento que el tiempo se está acelerando en los últimos días y me da miedo que esté llegando el final y que ya no me quede nada más por hacer aquí.

Me dije que jamás haría una canción de todo aquello, y esta ya es la segunda. Está bien, será que he aprendido, por fin, que vivir es aceptar que cada paso, bueno malo, es necesario para llegar al siguiente.

Se marchó sin despedirse y quedó la soledad del marinero en un desierto sin estrella polar. Quedaron los porqués, las preguntas sin interrogantes. El no pudimos ser nosotros. La duda de saber si había sido así porque no pudo ser de otra manera. La certeza de que un final sin un adiós es un principio abierto.

Porque esto es un viaje. Aunque no haya movimiento me dirijo hacia algún lugar no físico, camino hacia un destino: perder el tiempo con un amigo; grabar unos vídeos; escribir unos relatos; terminar algunas canciones. Es un trayecto en el que se avanza poco a poco y en que se recorren paisajes interiores.