Son las cuatro de la tarde. Lucas está en la habitación mirando la serie de Luis Miguel. Se ha acomodado en casa la depresión. Quizás haya sido el ruido de la noche, o la marcha de la familia/amigos o los recuerdos de otra época musical. Sea lo que sea, es un día para estar con Luis Miguel.
Pasamos el día en la playa, en una cala a la que hemos llegado después de una larga caminata bordeando la colina y pasando por algunas urbanizaciones de casas con piscina y caminos privados. A las tres de la tarde caminamos de regreso bajo el sol y acompañados del sonido de las chicharras. Llegamos a Blanes por una parte que es nueva para mí, de calles estrechas y casas bajas. Al llegar a la Plaza de la Virgen María nos sentamos en la terraza del bar a tomar una cerveza.
Hoy ha sido todo más lento. Lucas estaba cansado para correr y a mi no me apetecía hacerlo solo, así que hemos caminado rápido. Los mismos ancianos con sus camisas estampadas y sus sombreros de paja conduciendo una de esas sillas de ruedas eléctricas. Hemos descubierto que son de alquiler. En las pegatinas de la parte trasera se indica la empresa y el número de teléfono. Un proveedor de vehículos de movilidad unipersonal para ancianos. Primer mundo. Hemos anotado el número, quizás podríamos alquilar un par por un día y ver hasta donde llegamos. Podríamos hacer carreras por el paseo contra el resto de los viejos.
El plan de hoy es repetir la misma rutina: algo de deporte; un café; y luego a trabajar. Hoy tengo la intención de centrarme en mis cuentos. Se me han ido las ganas de hacer nada de música. Al escuchar las canciones de Lucas me siento sin la capacidad de contar nada con mi guitarra.
Si Rajnishpuram aún existiera y estuviera aquí cerca, me iría sin dudarlo y les daría todo mi capital. No se me da nada bien estar tranquilo y tengo ganas de conectar con la tierra y la naturaleza, y si no hay más remedio, saltar de cabeza a esos cuartos llenos de piel, tetas y culos, y sumergirme en un mar de cuerpos como el que salta de un precipicio hacia el vacío y fumarme lo que sea que se fumaba esa gente tan feliz. Este puto sistema no tolera la felicidad.
¿Cuánto puede una mente desdibujar la realidad, mover líneas, modificar estructuras, cambiar formas e inventar de nuevo el escenario para volver a él una y otra vez con ojos nuevos como si todo lo anterior visto y oído no significara nada? Bucle como el símbolo matemático del infinito, una vuelta sobre sí mismo pero retorcido en el centro.