Barcelona-Elche-Murcia-Barcelona

(Diario de viaje)

Payaso

Paramos en un área de servicio antes de llegar a Tarragona para que Lucas responda a un par de llamadas de entrevistas sobre su nuevo disco. En el aparcamiento una pareja de extranjeros, chico y chica, me preguntan si les podemos llevar. Van camino de Valencia. El coche está lleno, les digo. En el maletero está ocupado por la silla del niño y los asientos de atrás por las guitarras. Los dos son hermosos. Él va descalzo. Cargan mochilas con esterillas y un guitarra en una funda de tela negra. Me dan un poco de envidia.

Bebo agua sentado en una mesa fuera del restaurante. Lucas deambula mientras contesta preguntas que le lanzan desde el otro lado del teléfono. Hay un jardín con una estatua de un payaso. Sigo esperando. Me acerco al payaso. Es un homenaje a Charlie Rivel, nacido en Cubelles. Supongo que este área de servicio debe de estar cerca de Cubelles. Todas las autopistas son iguales y anónimas. No lugares.

Los extranjeros y sus mochilas se han metido en un coche con el logotipo de una empresa. Lucas termina de hablar. Compramos un café para llevar y un pincho de tortilla sin pan. 5,50 €. Regresamos al coche y dejamos atrás el área de servicio.

Una pregunta flota en el aire al tomar el carril de incorporación: ¿A quién le pareció un homenaje digno de un payaso colocar una estatua a un costado de un restaurante en un área de servicio imposible de colocar en el mapa? A un tonto o a un genio.

N-340

La humedad ha entrado en el coche en el Delta del Ebro y no nos abandona durante toda la N-340 que hemos tomado al abandonar la autopista por puro aburrimiento. Allí dentro no pasa absolutamente nada y aquí fuera por lo menos hay polvo.

Esa misma carretera, de Barcelona a Valencia, la tomé con Carlos cuando nos fuimos a vivir dos meses a Valencia. Cargábamos la ropa para ese tiempo, los apuntes de la universidad, algunos libros, un par de ordenadores de finales de los 90 -torres grandes, monitores de culo de 17 pulgadas con filtro protector, disquetera de 3 1/2 y teclados de color gris- una guitarra, unas sábanas y un despertador. Teníamos 20 años y era la primera vez que íbamos a vivir solos. En aquellos dos meses aprendimos a comprar en el supermercado, a cocinar, a lavar ropa y a limpiar el baño. Nos sentimos por primera vez nosotros mismos, los que íbamos a ser de ahí en adelante.

Le cuento a Lucas que años más tarde, al recordar aquellos dos meses, escribí un relato sobre lo más importante que aprendí en los primeros días en Valencia: que la libertad no era elegir qué comer ni cuándo, ni decidir dormir en las mismas sábanas revueltas una noche tras otra, ni ser dueños de todo nuestro tiempo y no recibir instrucciones de nadie; No, la libertad no era eso; La libertad era saber que nuestras madres, por fin, no se desvelaban por nuestra ausencia desde la habitación de al lado con la puerta abierta para oírnos entrar en casa; La libertad era saber que nadie nos echaba de menos.

Pantalón apretado

La camarera del restaurante de menú fijo a 12 € toda la semana, con entrante, primero, segundo, bebida y postre (o café), no te mira a los ojos y te habla con desprecio. Todas son mujeres, ni un solo hombre atendiendo las mesas. Todas visten de negro con ropa ajustada y todos los camioneros, viajeros de paso y conductores de autobús les miramos de reojo mientras traen los platos y soñamos con que nos miren a los ojos y nos sonrían un poco.

Cuerda o camino

Cuando llegue el límite en el que respirar duela, en el que todo pensamiento sea dañino, en el que nada te haga sonreír y no seas capaz de salir del círculo de un pensamiento siempre negativo. Cuando abras el cajón donde guardas la cuerda y te veas a ti mismo eligiendo la viga más fuerte que aguante tu cuerpo agotado de pensar y de no llegar a ninguna salida, en ese momento, sal de casa y comienza a caminar. Llagarás a una carretera secundaria y entrarás en un bar detenido en el tiempo que la autovía dejó fuera de todo recorrido. Habrá alguien apoyado en la barra y otro alguien detrás sirviendo cerveza o café. Cuando la noche te atrape saliendo del bar, decidirás dormir a un lado de la calzada, o bajo un árbol cerca del camino, y a la mañana siguiente el mismo tipo de la barra, el de delante o el de detrás, te encontrará y te reconocerá y te preguntará tu nombre y tú dirás el primero que te pase por la cabeza, un nombre sin apellido, y te preguntará si le quieres ayudar con un trabajo, a limpiar un campo, a quemar unos matojos, a quitar los escombros de una obra, a recoger unas patatas, y dirás que sí. Y el viernes irás al centro comercial o al mini golf o al multicine, donde se reúnen todos los que quieren que el fin de semana no termine nunca y los gallitos te mirarán de lejos y las chicas de cerca, y el tipo de la barra, el de detrás o el de delante, te invitará a lo mismo que el beba, y te presentará al resto de los parroquianos por tu nuevo nombre sin apellido, y más tarde, algunas semanas más tarde, sobre el colchón de tu barracón, en el campo, a un costado del sembrado, mientras el aire mueve las cortinas de tu ventana abierta, tomando un café en una taza de metal, te costará recordar tu verdadero nombre. Habrás olvidado el laberinto de tu cabeza y no entenderás porqué guardabas una cuerda en un cajón si lo único que debías de hacer era salir a caminar y dejar que las cosas pasaran solas.

El Cid

Ya en la Comunidad Valenciana, todo se llama algo del Cid. Hay palmeras a los lados de la carretera y edificios abandonados. Viejos hostales que la autopista y la autovía dejaron fuera del camino y viejas fábricas que la globalización devoró con su falta de capacidad competitiva.

Palmeras

En Elche se fabrican las zapatillas Kelme y los zapatos Panama Jack. Es la cuarta ciudad no capital de provincia más grande de España, después de Vigo, Gijón y L’Hospitalet del Llobregat. El subsuelo de Elche es un parking gigante en el que podría refugiarse la población entera de Elche y la del resto de las tres ciudades más grandes no capitales de provincia de España. Debe de haber más coches que personas.

Además de tener el parking más grande de toda Europa, también tienen el palmeral más extenso de toda Europa, solo superado por algunos palmerales árabes. Se le conoce como «Huertos de Palmeras de Elche» porque no son palmerales naturales, sino plantaciones hechas por los hombres. Nosotros, que nos gusta adaptarnos a las costumbres locales, las rodeamos sin bajarnos del coche.

Las palmeras no tienen edad porque son plantas, no árboles, y no tienen tronco y, por lo tanto, carecen de anillos que nos indiquen el paso del tiempo. Además no tienen un crecimiento fijo y pueden llegar a su desarrollo completo en 10 años o no, y luego pueden volver a crecer o no. Pueden pasar de bebés a adolescentes, luego a adultos y luego a adolescentes otra vez. Las ventajas de no tener edad.

Vikingos

Y se nos encharcan los ojos al escuchar una canción que escribí cuando todavía era romántico sobre una chica que tenía a medias y que le recuerda a Lucas a otro él que también era tierno y que escribía que la luna era egoísta porque solo de noche, al soñar, podía estar con la chica que también tenía a medias, y al esconderse por las mañanas, la luna egoísta, se llevaba con ella ese recuerdo.

Y tenemos que bajar las ventanillas del coche, reír, fingir que somos vikingos que al llegar a un poblado roban los caballos, matan a todos los hombres, prenden fuego a todas las cabañas y se llevan a todas las mujeres a casa, dejando solo a los niños atrás.

Y volvemos a poner la canción desde el principio, con los ojos llenos de lágrimas fingiendo que es de la risa, sintiéndonos más fuertes, y sabiendo, al final del último estribillo, que en el fondo, muy escondido, aún nos queda algo de romanticismo.

Y salimos de la autovía camino de Murcia.

Paparajotes

Una hoja de limonero rebozada con una masa de huevo y harina que se fríe y se espolvorea con azúcar y canela y que quema si no se espera a que se enfríe y que si nadie te lo ha explicado antes y te comes la hoja que no se come y que solo está en la receta para darle sabor a la mezcla y que al morderla, la hoja, se te duerme la lengua y te mata el gusto, pero si lo haces bien y no la muerdes y la quitas como te ha explicado Ramón, que es murciano y que sabe de lo que habla, si la muerdes así, cuando ya se ha enfriado y se ha sacado la hoja, sabe a casa de tu abuela, una tarde de invierno, cuando la lluvia ya se ha retirado pero quedan las nubes a lo lejos y las gotas de agua se arrastran por los cristales dibujando surcos irregulares y se oye el crujir de una mecedora y el sonido metálico de dos agujas que entrechocan mientras tejen un jersey que te quedará pequeño porque para tu abuela siempre tuviste 5 años.

Western

Antes yo era el poeta que escribía versos mirando al Sena desde la orilla, al que le dolía tu ausencia y añoraba la respuesta en el buzón. Ahora soy el que entra en el saloon, escupe el tabaco y dispara al aire, que duerme en el caballo y asalta la diligencia sin ocultar el rostro.

El poeta quería morir de amor y el pistolero morirá de la gangrena del dedo gordo del pie por un disparo propio por la torpeza de sacar el revolver con la mano izquierda. Ni siquiera me quedará la dignidad de morir en un duelo al amanecer.

Murcia

La gota fría llenó de agua las venas subterráneas de la ciudad y el agua se desbordó desde los sótanos de los edificios. El río siempre vuelve a su cauce.

Nules

Nules ¿qué me recuerda Nules?
Las calles cortadas por la feria del ganado.
Los preparativos de los petardos y la traca final del domingo.
Esa promesa de una vida tranquila en una vivienda unifamilar arreglando una barca abandonada y paseando en quad los fines de semana.
Un par de niños jugando en el patio trasero.
Un trabajo en la cooperativa.
Una cerveza en la calle donde siempre sopla el viento.
Un cuñado.
Unos suegros.

Una cuerda en el cajón.
O emprender el camino.

Barcelona

El olor a cerveza al regresar al barrio y la noria iluminada dando vueltas en el puerto. Las fiestas de la Mercé que no he vivido. El olor a gasolina y la humedad en la garganta. El final.

Fin

Mi padre me lo ha recordado: en Nules solíamos parar a comer camino de Teruel, cuando aún no existía la autovía de Lleida y salíamos de la autopista camino de Aragón.

En las carreteras secundarias se esconden las historias que vale la pena contar.



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